lunes, 15 de agosto de 2022

La era del ahorro - Pablo Montes

 La era del ahorro - Pablo Montes


Vamos de cabeza hacia un cambio radical del concepto ahorro. Hasta la fecha este término lo aplicábamos en un contexto muy doméstico y monetario. Había que ahorrar para irnos de vacaciones, para comprar un coche o simplemente para tener un colchón por si las moscas. En cierto modo ese afán economizador nos venía impuesto por nosotros mismos. Sin embargo, todo va a cambiar de un plumazo. A partir de este otoño vamos a tener que guardar la ropa porque en el mercado no habrá más prendas que comprar. Y eso es una sensación que la mayoría de europeos no hemos vivido en las últimas cuatro décadas. Es algo similar a lo que ha ocurrido con el agua en tiempos de sequía. Todavía recuerdo los veranos en La Vellés cuando a eso de las nueve de la noche apenas salía un hilo de la ducha. Y eso que mi pueblo nunca ha tenido que recurrir a la ayuda de las cisternas porque tiene una joya llamada ‘pozo artesiano’ que no ha dejado de dar agua. Pero este verano numerosos municipios se han tenido que poner serios para evitar que el agua se malgaste. Nada de lavar coches, llenar piscinas y regar jardines. Da igual que lo puedas pagar, el líquido elemento escasea y hay que apechugar.

Precisamente eso es lo que más va a costar explicar. Que aunque estés pocho de dinero puede que no tengas a tu disposición algo tan básico como el gas para calentar tu casa. Aunque no quieras ahorrar y guardar la ropa no te quedará más remedio que hacerlo porque nos encontramos ante un problema global. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo donde con billetes se compra todo menos la felicidad. La pandemia nos dio una lección en ese aspecto. Sobre todo cuando llegaron las vacunas y los que más tienen tuvieron que esperar con todo el dolor de su corazón a que les llegase su turno para recibir el pinchazo. Una bonita cura de humildad. Ahora vamos a caminar en la misma línea. Los gobiernos van a seguir imponiendo medidas de ahorro que habrá que cumplir si queremos tener suministros suficientes. Ya hemos empezado con la limitación de la temperatura del aire acondicionado y la iluminación nocturna, pero a buen seguro que llegarán más. Eso sí, que no pretendan hacernos pasar por determinados aros si los que marcan esas pautas caen en la incoherencia más absoluta. No nos pueden pedir que nos apretemos el cinturón si apuntalan día a día el Gobierno más pantagruélico de la historia. O no nos pueden exigir que los escaparates corten la luz a las 22:00 horas si por otro lado fomentan que se usen coches eléctricos que necesitan ocho horas de carga para que anden apenas 100 kilómetros.

Lo que parece claro es que los recursos ya no son infinitos. No lo es el agua, algo tan básico y necesario. Si la sequía se prolonga vamos a pasar verdaderas penurias en las que tocará apretarse los machos y dejar de emplear el líquido elemento en cosas superfluas. Va a pasar con el gas si la guerra de Ucrania se prolonga y no encontramos alternativas fiables y baratas al que viene de Rusia. Habrá que empezar a replantearse la situación de numerosas comunidades de vecinos absolutamente ineficientes donde algunas viviendas superan los 30 grados y necesitan abrir las ventanas. Tendremos que preguntarnos de una vez por todas qué modelo energético queremos para este país. Sin prejuicios ideológicos ni ideas preconcebidas. Reuniendo a los mayores expertos en este ámbito para que planteen propuestas razonadas y razonables. Si la solución es la energía nuclear, adelante. Si se puede vivir a base de renovables, adelante también. Pero basta ya de enfangar todo con malditas ideologías basadas en la más absoluta de las ignorancias.

Se avecinan tiempos críticos en los que muchos de los pilares que dábamos por anclados se van a desmoronar como una castillo de naipes. Toca adaptarse como siempre lo ha hecho el ser humano. Eso sí, con la mente abierta y sin demagogias ni populismos.