domingo, 25 de julio de 2021

La enseñanza - Román Álvarez

 La enseñanza - Román Álvarez


Lo que pronto se aprende, tarde se olvida, sostenían nuestros maestros en aquellos tiempos en los que se valoraba la enseñanza y el esfuerzo. Ahora, diríamos que lo que se aprende deprisa se olvida más deprisa aún. Son tiempos de apremios y celeridades, de prestezas y vértigos en las aulas, de muchos apuntes y pocas lecturas. Antes se decía: habla como un libro. Ahora se podría decir: habla como los apuntes del Rincón del Vago. Vivimos en la época de la información y no del conocimiento. La formación profesional y los perfiles técnicos en general contribuyen a mejorar la economía, a buscar nuevos senderos en un mundo cada vez más competitivo. Bien está que se fomente este tipo de saberes de los que tan necesitados estamos en España, porque forman a nuestros jóvenes y garantizan empleos y progreso en plena era de la información y del conocimiento digital.

Los diseñadores de las leyes educativas deberían tener claro que las Humanidades y las Ciencias no son antagónicas, sino complementarias. La universidad de Salamanca ha combinado recientemente ambas vertientes en los últimos nombramientos de doctores Honoris Causa. David Konstan y Ana Blandiana nos remiten a la cultura clásica y al valor de la poesía. Por su parte, Avelino Corma y Miguel Delibes buscan con sus investigaciones en el campo de la Química y la Biología dar respuestas a algunos de los grandes problemas de la humanidad.

Las lenguas y culturas clásicas iniciaron hace ya tiempo un declive imparable. Cada responsable ministerial ha llegado con su ley bajo el brazo y el hacha lista para cercenar las cada vez más reducidas parcelas del Latín y el Griego. Ya decía T.S. Eliot a mediados del XX que los clásicos grecolatinos habían ido perdiendo desde finales del XIX su lugar como pilares del sistema político y social. La verdadera patria de los clásicos es su lengua y su cultura y, como recordaba Rodríguez Adrados, “la enseñanza sufre la competencia de mil tentaciones de la vida moderna, ladronas del tiempo y del espacio mental”.

Ante tan triste tesitura en un campo tan sensible como el de la educación, no es de extrañar que surjan géneros gramaticales novedosos. Hace unas semanas se recibió con burlas la palabra “matria” en boca de la ministra de Trabajo. Ignoro si el vocablo se lo sopló alguno de sus asesores o si la propia ministra leyó La tía Tula de Unamuno (o el Prólogo, que es donde don Miguel alude a los conceptos de “matria” y “sororidad”).

En fin, volver a los clásicos mejoraría la retórica parlamentaria, porque, al paso que vamos, con tal cúmulo de lerdos, lerdas y lerdes en las altas esferas de la política, alguno de ellos, ellas y elles va a acabar expresándose oralmente mediante simples rugidos guturales. Lo malo es que se les entenderá igual. Total, para lo que tienen que decir...