sábado, 25 de mayo de 2019

Nihilismo en el Everest - Juan Manuel de Prada

Nihilismo en el Everest - Juan Manuel de Prada

El bobo moderno es un pobre débil mental que cree que lo sabe todo
Esas imágenes de turistas en reata, haciendo cola por alcanzar la cima nevada del Everest, me ha parecido la metáfora más cuajada del nihilismo contemporáneo. Apostaría el cuello a que todos esos majaderos jamás han subido al teso desde el que se otea su pueblo; en cambio, tienen todos una necesidad existencial irreprimible de hollar las nieves del Himalaya (que, por lo que se aprecia en la foto, están más holladas que el coño de Mesalina). Chesterton se burlaba del hombre moderno que reniega del tren, por parecerle que estimula el gregarismo, y adquiere un automóvil, pensando que así podrá dar rienda suelta a sus ansias infinitas de libertad… para terminar atrapado en un atasco. Pues, a la postre, todos estos bobos modernos que huyen del gregarismo terminan acudiendo gregariamente a los mismos sitios. Y es natural que así ocurra, pues el bobo moderno, aunque empachado de consignas individualistas y ensoñaciones de independencia (que no son sino implantes emocionales que la propaganda ha insertado en su cerebrín de jilguero), es la expresión más patética y terminal del hombre-masa.
El bobo moderno es un pobre débil mental que cree que lo sabe todo y que ya no disfruta con nada, porque tiene la sensibilidad estragada; y que, para no sucumbir al tedio y la abulia, necesita estar sometido a un constante bombardeo de estímulos, necesita convertir el mundo entero en el parque temático de sus caprichos mentecatos, necesita «consumir» bulímicamente experiencias «límite». Santiago Alba Rico gusta de hacer una distinción entre «cosas de comer» (que garantizan nuestra supervivencia biológica más elemental), «cosas de usar» (que incorporamos a nuestra vida, como apéndices de nuestro propio cuerpo) y «cosas de mirar», que nos sobrecogen y maravillan con su grandeza y nos sirven, desde su lejanía inalcanzable, para medir nuestra pequeñez. Todas las formas de civilización que han existido han sabido respetar esta distinción; pero nuestra época ha convertido en mercancías de consumo todas las cosas, incluidas las «cosas de mirar», hasta transformar el mundo entero en un incesante aquelarre turístico, en una orgía inacabable del gregarismo. «A esta locura -escribe Alba Rico- la llamamos “consumo” como característica paradójica de una civilización que se juzga a sí misma en la cima del progreso: comerse una mesa, comerse una casa, comerse una estatua, comerse un paisaje. Pero una sociedad que no distingue entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar, porque se las come todas por igual, es una sociedad primitiva, la más primitiva que jamás haya existido».

Y la más nihilista también. Pues el bobo moderno es un nuevo catoblepas que, después de consumir «experiencias» de forma bulímica y sin sentido alguno de la responsabilidad, termina en la autofagia; o, como señala Alba Rico, en una «hiperinflación de egos estereotipados, cerrados e idénticos como mónadas e incapaces por eso mismo de constituir una comunidad». Porque, a la postre, todos esos cosmopaletos en reata que hacen cola para alcanzar la cima del Everest, sólo quieren entronizar su insulsez, haciéndose un selfi; lo mismo que la petarda que se pone relleno en las tetas y cuelga orgullosísima en Instagram la foto con el desaguisado, lo mismo que el yihadista que posa orgulloso ante las cámaras, rodeado por las cabezas cortadas de sus víctimas, que sopesa como si fuesen melones en sazón. El bobo moderno busca afirmarse en medio de la nada que él mismo ha generado, en medio del mundo reducido a páramo que su bulimia ha esquilmado, el mundo hecho añicos donde piruetea su narcisismo inane, carne de cañón para la neurosis y la pulsión suicida.