sábado, 29 de febrero de 2020

Medidas sí, pero sin perder la calma - Julián Ballestero

Medidas sí, pero sin perder la calma - Julián Ballestero

El coronavirus se acerca. Ha llegado a Castilla y León y todo hace prever que pronto tendremos algún caso en Salamanca. Ante lo inevitable, conviene mantener la calma y que no cunda el pánico. Las autoridades sanitarias están preparadas para afrontar esta versión de la gripe y no hay motivos para adoptar medidas extremas. Sin embargo, el miedo es libre.
Lo peor de la epidemia, que pronto será pandemia, no es tanto su letalidad como las consecuencias de la ola de pánico que provoca. Pero, ¿quién ha causado el pánico en todo el planeta? ¿Los medios de comunicación, las autoridades sanitarias o los gobiernos? Quizás un poco los tres, aunque unos más que otros. Podemos acudir a los orígenes de ese miedo cerval que está paralizando el mundo, y preguntarnos quién comenzó por aislar a millones de personas, por enviar al ejército a acordonar ciudades enteras, quién suspendió el Mobile, quién clausuró aeropuertos, las fábricas y las escuelas en varios países quién ha cerrado las fronteras y ha puesto en cuarentena a todos los ciudadanos procedentes de zonas de riesgo.
Los medios de comunicación lo hemos ido contando, con mayor o menor acierto, pero, salvo vergonzosas excepciones surgidas casi siempre en tertulias de analfabetos, sin fomentar el alarmismo ni exigir medidas de control superiores a las ya adoptadas. No hemos sabido tranquilizar a la población, pero tampoco hemos sido los agentes principales en esta epidemia de pavor.
Desde luego, los datos facilitados por las autoridades sanitarias no justifican semejante alarde de medidas adoptadas por los gobiernos y que están causando ya un daño enorme a la economía mundial, tan grave que puede provocar cierre de fábricas, despidos, desabastecimiento, pobreza, hambre y más muertos que la epidemia.
La primera norma a la hora de abordar una crisis sanitaria como la del coronavirus debería ser deslindar con claridad lo que sabemos y lo que ignoramos. Sabemos que estamos ante un virus nuevo entre una larga lista de virus contagiados a humanos. No se trata por tanto de una sorpresa o de una circunstancia insólita, porque en las últimas décadas hemos detectado, sufrido y superado unos cuantos casos similares (el SARS, el MERS, la gripe aviar, la gripe A... todos ellos mucho más letales que el COVID-19).
También sabemos que el coronavirus pasó de animales a hombres en la ciudad china de Wuhan y allí el porcentaje de fallecidos sobre el número de enfermos ronda el 3%, mucho más alto que en el resto del mundo, donde los contagiados han sufrido una letalidad situada en torno al 0,7%. No está claro que el COVID-19 cause más mortalidad que la gripe común, que el año pasado mató al 1,2% de los españoles infectados (525.300 casos y 6.300 muertes), según el CSIC.
Las estadísticas indican que la inmensa mayoría de las muertes se producen en ancianos con patologías previas y que los niños apenas enferman, aunque no se sabe muy bien por qué. Tampoco hay conclusiones definitivas, por el momento, sobre la transmisión. Dicen los expertos que se está propagando más rápido que la gripe común pero que las vías de contagio son similares.

En todo caso, las estadísticas no avalan la alarma mundial ni las medidas drásticas adoptadas en China y otros países afectados. Hay ya expertos en este tipo de patologías que proponen rebajar las alertas y pasar a una segunda fase en la que se renuncie al control de la propagación del coronavirus y se empiece a considerar al COVID-19 como una gripe más y tratarlo con las mismas medidas generales recomendadas frente a la dolencia más común. Sería una decisión de riesgo, aunque más acorde con la opinión de los virólogos. De momento, preparémonos para adoptar medidas de protección sin perder la calma.