miércoles, 25 de julio de 2018

Planchabragas - Eduardo Jordá

Planchabragas - Eduardo Jordá

Hace poco, una chica contaba en Twitter que su hermano de 17 años volvía de madrugada a su casa, y al cruzarse con un grupo de chicas que salían de una fiesta, pensó que podía intimidarlas o asustarlas y se cruzó al otro lado de la calle. La chica elogiaba la conducta de su hermano y concluía con un fervoroso "Hay esperanza". Como es natural, el tuit desencadenó una cadena de reacciones, a favor y en contra, con los habituales insultos y salidas de tono y gritos histéricos. Pero el debate de fondo, a pesar de todo, fue interesante.
Algunos comentaristas opuestos al tuit razonaron que cruzarse de acera supone menospreciar a las chicas y considerarlas seres inferiores incapaces de defenderse, lo que en el fondo equivalía a resucitar las actitudes más reaccionarias del pasado con respecto a las mujeres (las de los curas y monjas de la posguerra, por ejemplo, o las de los antiguos manuales de urbanidad que las consideraban unas "doncellas indefensas siempre en peligro"). "¿Es que tu hermano es un orco que mide tres metros?", preguntaba con sorna uno de estos críticos. Otros comentarios aducían que el número de violaciones que se producen en España es de los más bajos de Europa, y que cierto feminismo radical está fomentando el histerismo -usando tuits como éste- para culpabilizar a todos los hombres de ser unos violadores potenciales. Y otros comentarios razonaban que bastaba cambiar al hermano de 17 años por un marroquí o un gitano para que ese tuit bienintencionado se convirtiera de inmediato en un apestoso tuit racista.
En la polémica, como era inevitable, también asomaron el hocico los habituales energúmenos que acusaron al hermano que se había cambiado de acera de ser un idiota y un calzonazos. Y enseguida salió a relucir el improperio "planchabragas", que es el insulto preferido de esos homínidos cuando pretenden burlarse de los hombres que tratan de adoptar una conducta cuidadosa hacia las mujeres. "Qué gran muchacho es tu hermano. Está bien entrenado para doblar las bragas después de planchar", decía uno de estos neandertales. Para esta clase de sujetos, planchar ya es en sí mismo una actividad propia de seres inferiores. Y no digamos ya cuando uno plancha las bragas de su pareja o de su hija o de su madre. Eso es el colmo de la degradación y de la ignominia al que puede llegar un varón en esta vida. Ellos, por supuesto, no planchan nunca. Cuando quieren arreglarse un poco, meten la ropa debajo del colchón, se tumban a ver un partido de fútbol mientras se beben su copita de Soberano -cosecha vintage- y todo arreglado.
A pesar de estas barbaridades, el debate resultó interesante, pero no por estos insultos de gañán de zarzuela, claro está, sino porque las dos partes que debatían con seriedad demostraron tener cada una su parte de razón. Ante todo, lo que contaba la chica sobre la experiencia vivida por su hermano (fuese o no un "invent" de los que tanto abundan) era una experiencia que cualquier varón tiene que conocer a la fuerza. Yo mismo he sentido el miedo de una mujer con la que he coincidido, de noche, en una calle solitaria. Recuerdo tan bien la escena que oigo aún el taconeo apresurado de la mujer y soy capaz de situarla en un tramo concreto de calle, con la luz exacta de la farola y el coche negro aparcado. Pero lo que recuerdo sobre todo es la sensación física de miedo que de pronto empezó a irradiar aquella mujer que intentaba caminar lo más deprisa posible, pero sin aparentar que estaba nerviosa ni mucho menos que tenía miedo (por un momento llegué a creer que caminaba sin moverse del sitio). Cada día olvido -olvidamos todos- millones de cosas, pero esa escena, y otras muy parecidas, siguen en mi memoria. ¿Y qué hice aquella noche? Pues lo mismo que hizo el hermano de 17 años del tuit: reduje el paso, me cambié de acera y dejé que la chica desapareciera calle abajo. Fui un idiota y un calzonazos, sin duda. Y un ridículo planchabragas, claro está, que aquella noche recibió el entrenamiento adecuado para doblar las bragas de su pareja después de plancharlas.

Se mire como se mire, el miedo existe y muchas mujeres lo pasan muy mal cuando tienen que volver de noche a sus casas y se ven obligadas a pasar por una calle solitaria. Que una mujer tenga miedo no es un "invent" ni una fabricación histérica de ciertas feministas que quieren manipular los hechos. Eso es indiscutible. Pero al mismo tiempo, conviene reconocer que hay una campaña por parte de cierto feminismo muy radicalizado por fomentar la idea de que las mujeres viven bajo una amenaza constante en una sociedad patriarcal hecha a la medida de unos homínidos con un pañuelo de cuatro puntos anudado a la cabeza. Cualquiera que tenga dos dedos de frente debería ver que las cosas no son así. No vivimos en un mundo de violadores, no. Y tampoco vivimos en un mundo en el que una mujer pueda volver de noche tranquila a casa. Y eso es algo que sólo pueden arreglar los planchabragas.