jueves, 9 de junio de 2016

El calatravismo - David Torres

El calatravismo - David Torres

Que Calatrava sea uno de los más célebres arquitectos de la actualidad no debería asombrarnos. Vivimos en un mundo donde David Guetta está considerado un músico, donde Murakami aspira al premio Nobel y donde Donald Trump, ese paleto racista y megalómano, podría ser el próximo jefazo de de los Estados Unidos. Si estrechamos un poco la perspectiva, no es difícil ver que Calatrava viene de un país donde el presidente en funciones mete la pata cada vez que abre la boca, el ministro del Interior habla con la Virgen, el ministro de Defensa se compra armas a sí mismo y el ministro de Economía lo fue gracias a su labor de colaboración en el hundimiento de Lehman Brothers. Es un país (y un mundo) que se parece bastante a aquella canción del lobito bueno al que pegaban todos los corderos, sólo que no es un mundo (ni un país) al revés, sino al derecho. Al derecho y a la derecha, de toda la vida.
Políticos aparte, la mediocridad y la incompetencia también triunfan a lo largo y lo ancho del espectro artístico peninsular. En los primeros puestos de los libros más vendidos se amontona una caterva de productos editoriales prefabricados, forraje literario impreso por vendedores de papel, novelas escritas por escritores que no saben escribir para lectores que no saben leer. La desfachatez ha llegado al punto de que hasta Belén Esteban ha publicado un volumen de memorias, una cabriola literaria semejante a lo que sería un libro de recetas sobre las distintas maneras de cocinar cerdo publicado por una conocida activista vegana y musulmana. Lo asombroso es que se han vendido docenas de miles de ejemplares y hasta es posible que algún incauto lo haya leído entero.
Calatrava ha prosperado en medio de esta transvaloración de todos los valores de tal manera que su currículum se resume en una portentosa sucesión de desastres y catástrofes arquitectónicas que van de la chapuza al peligro público. Sus célebres puentes colgantes, desde Venecia a Bilbao, pasando por Murcia y Sevilla, han degenerado en un festival de resbalones, costaladas, luxaciones y fracturas. Tras declararlo impracticable para los peatones, la Fiscalía italiana describió el Puente de la Constitución como un “daño duradero” a la imagen de Venecia. El Palacio de las Artes de Valencia es hoy día una auténtica ruina que se cae a pedazos. La Estación del World Trade Center no sólo dobló el presupuesto inicial hasta los 4.000 millones de dólares sino que espantó a los neoyorquinos con su recreación involuntaria del interior de un dinosaurio. El Palacio de Congresos de Oviedo presenta tales defectos de estructura que la Sala de lo Civil ha condenado al arquitecto a indemnizar a la promotora con casi tres millones de euros.

El calatravismo no es simplemente un espanto estético sino fisiológico; sus construcciones no sólo suponen un atentado a la vista sino un verdadero riesgo ciudadano. Calatrava, el Paulo Coelho de la arquitectura contemporánea, se parece a su colega portugués en el éxito planetario de una propuesta intelectualmente lamentable, emocionalmente ridícula y nociva para la salud. Ya escribí una vez que Calatrava había inventado el “suspense arquitectónico”, un estilo cuya emoción principal reside en la posibilidad de que la bóveda se te caiga encima mientras la estás contemplando.dañando la imagen de terceras personas o que por alguna causa infrinjan alguna ley. [Más información]