martes, 26 de mayo de 2015

Adiós a las hipotecas - Ánxel Vence

Adiós a las hipotecas - Ánxel Vence

Devoto como es de la hipoteca este país, no sorprenderá que los barceloneses hayan votado mayormente a Ada Colau, portavoz del movimiento hipotecario, para que gobierne los destinos de la ciudad condal. Y acaso en su día los de España, que todo podría ocurrir.
Más que el sol, las playas, el flamenco o los toros, lo que de verdad caracteriza a los españoles es su relación de amor y odio con la hipoteca. Allá por América, la primera preocupación de los jóvenes es hacerse con un garaje en el que montar empresas como Apple, Microsoft, Google o cualquier otra de las que van surgiendo casi cada día en los valles de California. Mucho más prácticos -y conservadores-, los rapaces de España cifran en la hipoteca necesaria para la adquisición de un piso sus proyectos de futuro. No hay más que ver el éxito obtenido por Colau y muchos otros herederos del movimiento del 15-M en estas últimas elecciones.
Parece lógico que esto ocurra en una España que ha santificado -incluso en la Constitución- el derecho a poseer un hogar. Los cuarteles suelen lucir aquí el lema "Todo por la Patria", pero el letrero que en realidad debiera campear a la puerta de entrada del país sería uno que rezase "Todo por el piso".
Por el piso se hace aquí casi cualquier cosa, mucho antes de que la inminente alcaldesa Colau triunfara con su programa a favor del perdón de las deudas hipotecarias. En tiempos de Franco, que sostuvo su régimen sobre los pilares del pisito y el cochecito, no era improbable que un joven contrajese matrimonio con una anciana a efectos de que él y su novia heredasen la casa de la otra parte contratante. A propósito de esto, Rafael Azcona escribió un guion que le sirvió al italiano Marco Ferreri para rodar su película "El pisito". El filme acumula ya en sus fotogramas más de medio siglo, pero la devoción por la propiedad y su hipoteca adjunta no han variado apenas en España.
Entonces, como ahora, los españoles siguen casándose por el banco, con la hipoteca a modo de sacramento. Donde la Iglesia utilizaba la fórmula: "Lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe", la moderna teología bancaria establece que el matrimonio bendecido por la hipoteca no lo disuelve ni el juzgado. Formalmente se atribuye a un cura, un juez o un concejal la función de desposar a los novios, si bien nadie ignora que el verdadero papel de oficiante de la boda le corresponde al interventor del banco que libera el crédito necesario para la compra del piso
Tal ocurrió, al menos, durante la década dorada del boom del ladrillo, cuando las cajas ofrecían hipotecas de todo a cien para hacerse con una casa en cómodos plazos de veinte, treinta o hasta cincuenta años. Lógicamente tentados por ese dinero fácil y sin exigencia de garantías, muchos ciudadanos aprovecharon los flecos del préstamo para comprar, a mayores, un coche de alta cilindrada o hacer viajes a destinos exóticos que jamás hubieran podido pagarse con su sueldo.

Infelizmente, la crisis dejó colgada del andamio a la banca de las cajas y también a sus deudores, víctimas de un desempleo que les impidió atender al pago de las cuotas. Ese fue el abono de las plataformas de afectados por la hipoteca que ahora van a situar a Ada Colau al frente de la alcaldía de Barcelona. Ya solo falta que la alcaldesa proceda al perdón de las deudas hipotecarias, si es que puede. Otra y más ardua cuestión son los pufos de la hipotecada España.