Vamos al lío - Ernesto Sáenz de Buruaga
Llovía aquella tarde en Roma. Entre los paraguas no perdía de vista la chimenea vaticana que anunciaría al mundo con su fumata blanca la elección del nuevo Pontífice. Con el primer hilo de humo de paja seca, el griterío de la gente y el bullicio de miles de personas que llegaban a la Plaza de San Pedro para vivir en directo esa página de la Historia y conocer quién era el elegido. Cuando Francisco salió por primera vez al balcón y se mostró al mundo, mi primera impresión la dije en público y a través de la televisión: «Ha nacido una estrella».
«Los cardenales me han ido a buscar casi al fin del mundo. Os pido a todos que recéis por mí». Ayer pedía lo mismo. No desde el balcón abierto al mundo, sino desde su Twitter, como signo de modernidad. Y es que los tiempos han cambiado en la Iglesia al paso que marca este argentino, párroco, pastor y Papa. Un hombre que da naturalidad a lo que no es tan natural, como que una vez elegido se presente en la recepción de la residencia en la que permaneció en Roma, para pagar la factura personalmente. Un Papa que pide a los suyos que no sean príncipes de la Iglesia, sino siervos de Dios, sin oropeles, que tampoco tuvo Cristo. Y por si alguien tenía dudas, les decía poco después de llegar que hay que ir al lío. A la calle, a donde está la gente que necesita la palabra de Dios. Un hombre así daba miedo a los enemigos de la Iglesia. Quisieron difamarle, vincularle a la dictadura argentina, condenarle socialmente, pero la verdad se impone con el estruendo del trueno. Y clamaba contra los mercaderes y los que especulan con el dinero pisando cadáveres como si fueran alfombras para sus cuentas de resultados, ajenos a la misericordia.
Ante la muerte de inmigrantes que sólo buscan una vida mejor, hacía oír su voz indignada y dolida. Abraza a los enfermos y los besa con ternura. Habla con la gente y provoca, no quiere pasar inadvertido. Es tan cercano que rompe las barreras de quienes renegaban de la Iglesia porque le ven diferente, más humano que divino. Y sigan su consejo cada día. Vamos al lío. Al lío de la vida.