La niña de Treviño - Fernando Ónega
La historia es tristemente conocida, porque es de las que hacen fijarse en el televisor: una niña de tres años de Puebla de Arganzón, en el Condado de Treviño, falleció después de una penosa peripecia muy publicada y muy discutida en los medios informativos. Como hay una investigación abierta, es prudente no establecer conclusiones definitivas que puedan atribuir el fallecimiento a la falta de cooperación entre Administraciones distintas. Pero sí se pueden establecer conclusiones provisionales. La fundamental dice que, si el Condado de Treviño no fuese una isla castellana en medio del territorio vasco de Álava, habrían enviado la ambulancia a recogerla y no habrían dicho a su madre que llamase a Miranda de Ebro. La investigación aportará matices y una mejor reconstrucción de los hechos, pero esa es la primera evidencia.
El suceso, en todo caso, pone una vez más de manifiesto, y de manifiesto escandaloso, las barreras que ha levantado el sistema autonómico. Algunas comunidades no funcionan con el sentido de pertenecer al mismo Estado, sino como naciones independientes y, encima, insolidarias. Lo saben muchos enfermos crónicos, que tropiezan con infinitas dificultades para continuar sus tratamientos en sus lugares de vacaciones. Ahora, los recortes presupuestarios han agravado el problema: como hay que ahorrar de donde sea, se limitan las prestaciones y parece una herejía prestar un servicio fuera de los límites de la región. Una vida importa poco ante la obsesión económica que domina los servicios públicos básicos. Un par de casos más como este, y el sistema autonómico empezará a ser repudiado.
Pero hay algo todavía peor: la reacción de algunos políticos del PNV, que impúdicamente aprovecharon la desgracia para recordar su reivindicación sobre el Condado de Treviño. «No tiene sentido que este enclave siga perteneciendo a Burgos», dijo el portavoz parlamentario Aitor Esteban. Y algo parecido en boca del diputado Emilio Olabarría: «Si Treviño estuviese integrado en Álava, no estaríamos hablando de esta desgracia». He aquí un aprovechamiento innoble de una tragedia. He aquí el máximo ejemplo de oportunismo político. He aquí la máxima muestra de cómo se anteponen las aspiraciones de partido o de expansión territorial a los derechos de la persona, empezando por el derecho más elemental, que es el de la vida. Y he aquí la vergonzosa traducción de la frialdad de algunos políticos que, puestos a perder, han perdido hasta la humanidad.
A esa tropa hay que decirle con toda vehemencia: no se trata de un territorio, coño; se trata de una niña que ha fallecido; se trata de saber por qué; se trata de que no vuelva a ocurrir; quítense las anteojeras de una puñetera vez.