Según el jefe a una corista el humo es la prenda que mejor le sienta. Dice Ernie que el Savoy nunca será un sitio sin humo. Anoche mismo me dijo: «Muchacho, suprimirle el humo al Savoy sería como limpiarle la sangre a Cristo y convertirlo en un surfista hawaiano». Estoy con Ernie, me inquieta la obsesión por la salud, incluso pierdo la tentación de matar de buena fe. La gente fina de Boston le pasa la aspiradora a la playa, aumenta el pánico a la vejez y a las arrugas. Hace cuatro meses el jefe despidió a un cocinero francés porque le sorprendió planchando el repollo. Al otro lado de la calle acaba de cerrar un club nocturno en el que se prohibió fumar, fue una aventura sin futuro. Estuvimos allí días antes del cierre, el tipo más duro del local se tomaba la chuleta de ternera por la pajita del vermú. Fue allí donde conocimos al senador Ballantine. Cenamos juntos y aquel idiota nos contó sus planes un poco por el aire, dijo que estaba en contra del tabaco. Se hacía tarde, a las dos de la madrugada era el décimo cigarrillo que Ernie y yo no nos habíamos fumado. Entonces aquel idiota redondeó su obsesión por la salud, el muy imbécil dijo que si llegase a presidente ordenaría quen a los condenados los ejecutasen en una silla eléctrica baja en calorías, añadió que la madrugada perjudicaba su garganta y recuerdo que pidió que le sirviesen cualquier cosa con hielo del tiempo. Al jefe le gustan los tipos duros que no aliñan la ensalada con morfina. Se refiere a los tipos como Charlie Mcay, el bueno de Charlie, fue en el 74, aquella noche cenó tres platos con cuatro balas en el estómago, a las cinco de la madrugada se levantó y nos pidió disculpas. Dijo que se iba para estar en casa a tiempo de abrirles la puerta a los muchachos de la funeraria.