miércoles, 12 de marzo de 2014

Perdedores - José Luis Alvite

Perdedores - José Luis Alvite

Está de moda ser perdedor. Hay música de perdedores, literatura de perdedores, cine de perdedores, incluso hay perdedores de éxito. Porque en el fondo la aspiración del perdedor es el éxito, con lo cual lo que alcanzó con el tiempo y el reconocimiento público es el fracaso, que no deja de ser una interesante manera de perder. A John Wayne, aquel facha de «Boinas verdes», el tiempo le lavó la imagen. Ahora se le considera un perdedor. El viejo Duque nunca cambió de forma de pensar, se le echó encima un cáncer de pulmón y siguió haciendo cine y eso es lo que gusta de los perdedores: que sepan salir adelante mascando juntos el tabaco y el cáncer de pulmón. Además, el perdedor genuino es un ser sin aspiraciones políticas, un tipo de paso, un ser transeúnte e introspectivo que se pasa la vida en trenes y autobuses, en bares de carretera, bajo el sol y bajo la lluvia, a la intemperie literal y psicológica, dispuesto únicamente a echar raíces en un resbalón. Almunia no es un perdedor porque el perdedor que se lleva no es el que sale derrotado de las urnas sino el que perdió la familia, el empleo, la salud y la esperanza. En cuanto a Emilio Botín, podía perder una asamblea de accionistas, pero eso no le mete en el «country», como a Waylon Jennings o Johnny Cash, sino en la sala de retratos del banco. No se puede ser perdedor con chófer. Al perdedor se le nota en las canciones, como a Sabina y a Serrano; pero también en las heces, como a Poe, que acabó echando el cerebro por el culo. Sabina y Serrano no son cantautores sociales sino cronistas de la desolación humana, que no es pariente de la soledad política sino de la soledad emocional. Marcelino Camacho fue perdedor ideológico, pero su tabla de salvación era «Mundo Obrero», mientras que la tabla de salvación de Joaquín y de Ismael en el mejor de los casos sería «La Farola».