Dinero a cucharadas - José Luis Alvite
No me cuela. Ya sé que Madonna es un ser humano como otro cualquiera, pero me cuesta creer que haya adoptado a ese niño africano sin otra intención que apartarlo de las garras del hambre y ponerlo bajo el benéfico amparo de su protección. Si se tratase de un sencillo acto de coherencia interior, no tendría que haberse presentado en África rodeada de las cámaras de televisión, ni haber hecho coincidir su gesto con la inminente comercialización de un nuevo disco. Sencillamente, no me cuela que haya tenido ese arranque de humanidad en un momento en el que trata de relanzar su carrera y da la impresión de los responsables del negocio no han tenido el menor reparo al hacer coincidir el humanitarismo con la publicidad, de modo que en la duda de que ese simple gesto le asegure el Cielo, Madonna puede dormir convencida de que le asegurará al menos dos quilómetros de cola frente a su mesa de los autógrafos. No hay que indagar mucho en el historial de la cantante norteamericana para comprobar que sus arrebatos emociones pueden no ser escuchados personalmente por Dios, pero cuentan siempre con el interesante apoyo de los telediarios. ¿La posteridad? ¿Y a quien le importa ahora la posteridad? Seamos sinceros: como se han puesto las cosas, Los 40 Principales es lo más cerca que un cantante mediocre puede estar de la posteridad. Todo se reduce a una simple cuestión de mercado y lo de menos es la calidad del trabajo. Dirigida a un público casi infantil, la mayor parte de la música que se comercializa mejoraría si le hiciese los arreglos un gorila con las orejas limpias. ¿La voz? ¿La personalidad? ¡Bobadas!, en los tiempos que corren hay que morirse para tener personalidad. Lo que cuenta es la imagen, de modo que a una cantante lo que le miran sus productores no es la tesitura, el tono y el timbre -¡qué antiguallas!- sino el culo y las tetas. De quince años a esta parte, el público está mayoritariamente integrado por muchachitos menores de edad, chavales impresionables a los que con una buena campaña en televisión, puedes convencer como si tal cosa de que Cristo murió durante una actuación como telonero en el último concierto de Janis Joplin en el Calvario, crucificado por sus detractores con un bafle a cada lado. Por eso se admiran inocentemente del gesto de Madonna. Creen que es una señora maravillosa a la que le sientan bien las mechas con grasa. También hay quien cree que Lolita compone algunas de las canciones que interpreta. Lo escucharon por la tele. Lo dijo ella. Dijo que componía sus canciones en el puente aéreo de Barcelona y se quedó tan ancha, convenciendo a un público infeliz de que hay ocasiones en las que la inspiración se presenta de manera inesperada y caprichosa, anidando sin miramientos en cualquier cerebro, incluso en el cerebro de alguien que aparenta tener problemas para cubrir el crucigrama del Marca sin la ayuda del perro. Pero no es nada nuevo lo de Lolita. También se atribuyeron algunas parte de su repertorio las muchachas del dúo Ella Baila Sola, que cantaban aquello de Amores de barra con la falsa emoción de haber vivido supuestamente horribles adversidades en el transcurso de mil madrugadas, ¡ellas!, Marta y Marilia, dos chicas con melenas teresianas cuya mayor inquietud cultural era que le sentase bien la camiseta. ¿No es demasiada casualidad, por otra parte, que de repente a todos los cantantes de este país les haya entrado al unísono la pasión por los ritmos latinos? ¿No será que se trata de un movimiento maquinalmente diseñado por los estrategas de las productoras para ganarse sin esfuerzo la simpatía y el dinero de un público que de la vida sólo conoce el patio del recreo? No cabe otra posibilidad, a no ser que quieran hacernos creer que la inspiración funciona ahora como un gigantesco contagio, como una suculenta peste que deje en los chavales un rastro de incondicional devoción y un buen montón de dinero fácil en la contabilidad de los sellos discográficos. Si velasen por la calidad de los trabajos, repondrían lo mejor de los auténticos grandes de la canción. No lo hacen porque la mayoría de los mejores están algo muertos, bastante muertos o demasiado muertos. Y los muertos, naturalmente, suelen poner reparos insalvables para salir de gira y calentar el ambiente. ¿Cómo explicar que los compradores de discos ignoren la existencia de Ella Fitzgerald, de Gilbert Becaud y de tantos otros? ¿Es bueno para la cultura musical de un país olvidar a los grandes del jazz, del country o del blues y venderles como un dogma la idea de que lo importante es hacer música que se brinque en manada con una cerveza de dos litros en un mano y la extremaunción en la otra? Se comprende que los muchachos sean reacios a Tchaikowski o a Schubert porque no se puede bailar al ritmo de la Legión durante media hora una balada del siglo XIX en la que no hay al menos un músico que -como en los discos de salsa- les estimule el alma haciendo sonar ese instrumento tan delicado y tan armónico que antes de llegar a los conciertos solo se empleaba en los establos: el cencerro. ..
No me cuela el publicitado rasgo misionero de Madonna. No puedo creer que sea sincero y desinteresado el gesto de una señora que utiliza la boca hambrienta de un niño para meter a cucharadas el dinero en su cuenta del banco. Ya ves, muchacho, que cuando se alía con la publicidad y con los negocios, la bondad se parece una barbaridad a la corrupción de menores.