Patriótica paella - David Torres
Al final el ministerio del Interior ha decidido destituir al hijo de Tejero aunque todavía se ignora si lo ha hecho porque celebraron en un cuartel el aniversario del 23F, porque se les pasó el arroz, porque pusieron pocas gambas o porque no los invitaron a ellos. En definitiva, que no se sabe si denigraron el uniforme o denigraron la paella. Teniendo en cuenta que el 23-F fue un fiasco donde la Guardia Civil quedó a la altura del Torete, tampoco nadie tiene muy claro qué estaba celebrando allí toda esa gente, a lo mejor un concurso de bigotes.
Desde entonces ha transcurrido casi un mes y lo extraño no es la lentitud ni la parquedad con que ha reaccionado el ministro (quien, por otra parte, está muy ocupado rezándole a la Virgen), sino el hecho de que Antonio Tejero no hubiese montado ya un evento y un grupo de seguidores en Facebook. Casi un mes para encontrar que el delito se cometió en uno de sus propios cuarteles: como para encargarles que busquen a una niña perdida o unos huesos enterrados en una cuneta.
Para su charlotada, el hijo de Tejero ha plagiado el modelo de Master Chef con el mismo impudor con que Jordi Évole les copió a Fernando Marías y Juan Bas aquella fórmula del falso documental que TVE emitió allá por los noventa con el título de Páginas ocultas de la historia. Entre otras maravillas de cartón-piedra, allí salía Rudolf Hess en trance de hipnosis recordando sus vidas pasadas y García Lorca desmemoriado y comiendo sopas en un convento de monjas. El programa lo presentaba con su cachondeo habitual Felipe Mellizo, un locutor de los que ya no quedan, de los que en mitad de un telediario miraba a la cámara muy miope, muy pelirrojo y muy serio y decía: “Tras el atentado, el Papa mejora. Ya toma alimentos semisólidos. O semilíquidos, según se mire”.
Según se mire, a la familia Tejero se les fastidió el Master Chef porque nadie esperaba que el ministro Fernández Díaz fuese a aparecerse como la Virgen de Fátima pero en plan Chicote: “Mal, muy mal. El conejo crudo, el arroz pasado y los camareros llevan los tricornios como majorettes”. Ha pasado tanto tiempo del intento de golpe militar que hasta los golpistas se descojonan a costa del 23F, se reúnen, cuentan chistes, cambian cromos y se miden el bigote. Pero la paella, amigo mío, es otra cosa: la esencia misma de la patria, un anagrama culinario de la bandera hecho a base de azafrán y pimientos. Lo que no tiene perdón fue que le cedieran el lugar de honor al conejo en vez de al pollo: el pollo inmortal de la España franquista. Con la paella, coñas las justas. Entre quince inmigrantes ahogados a pelotazos y una paella defectuosa, los amigos que tengo en la Guardia Civil están pensando muy prudentemente en retirarse del Cuerpo y formar una escuadra alternativa de chirigotas en Cádiz. Eso sí, sin el uniforme, para que los tomen en serio.