Escritores con tacto y pegada - José Luis Alvite
... Nunca pude contestar sin vacilaciones a la pregunta de cuales son los autores que influyeron en mi manera de escribir. Podría intentar una alternativa de prestigio remitiendo mi inspiración a la novela negra americana, al desencanto de Fitzgerald, al toque greguerizante de Gómez de la Serna, remontarme a Ezra Pound o a la atmósfera sórdida y suburbial de Tennessee Williams, incluso al anárquico desaliño argumental de Baroja o las obsesiones lisérgicas y libertarias de Ginsberg, de Kerouac y de William S. Burroughs, por no citar la literatura de cañerías de Buklowski y esos textos de Hemingway de los que se dice que parecen escritos con la cabeza de un poeta bebido y las asfixiadas manos de un boxeador con una catarata de semen en cada ojo. Semejante confesión me daría un tono interesante con el que entrar carraspeando en las librerías y en las tertulias literarias, pero sería un infundio, entre otras razones, porque de muchos de ellos ni siquiera puedo escribir el apellido sin reforzar mi intuición con la ayuda de una enciclopedia. Si fuese sincero, reconocería que las influencias literarias me viene del cine más que de la escritura y que si hago cualquier observación sobre la marginalidad y el crimen, quienes guían mi letra no son en modo alguno Dostoievski, Steimbeck o Dos Pasos, sino Pepe Legrá, Pedro Carrasco y Ray Sugar Robinson, tres tipos sin muchas luces literarias en cuyas manos, no obstante, se combinaron de manera sublime la elegancia y la furia, el tacto y la pegada, es decir, los ingredientes de la literatura cuando la literatura surge como un trueno cuyo relámpago fuese el periodismo. Dicen que Hemingway era un enamorado del boxeo y que incluso probó suerte en el ring cuando era joven. Al fogoso reportero de guerra del Toronto Star le sobraban energías y al desistir del boxeo, las empleó en darse un atracón de vicios y de mujeres, y aprovechó estupendamente el excedente y las jaquecas para practicar un estilo literario que los críticos consideran directo, pelado y eficaz, rebosante de fuerza y de expresividad, sin caer jamás en el arabesco ni en la orfebrería, acaso persuadido de que el rasgo más expresivo del rostro de un hombre es la mirada de la mujer perpleja, ofuscada y astigmática que finge odiarle por amor. No me puedo permitir un juicio crítico sobre la calidad literaria del autor de París era una fiesta, pero como lo describen los estudiosos, uno tiene la sensación de que tratando a alguien como Hemingway, en mi caso no es seguro que pudiese comprender mejor al género humano, pero sin duda me resultaría más fácil entender el motor de explosión. En esto de las influencias, yo creo que el cine le está devolviendo a la narrativa los favores que esta le hizo anteriormente y que ya no sirve de mucho escribir algo que el lector no pueda percibir como si lo viese escrito a oscuras en la potásica luz de una pantalla. Por eso cuando los niños se portan mal en el colegio, un castigo ejemplar sería obligarles a leer La Regenta. Yo lo intenté media docena de veces y sólo me sirvió para perjudicar mis erecciones y amasar con torreznos la circulación de las manos. Ya sé que es un atrevimiento y una estupidez, pero, sinceramente, a mí la obra de Clarín me parece una novela escrita con las agujas de calcetar, como si el autor le hubiese dedicado a su obra el talento y las horas que mi madre, tan sensata, hubiese empleado en confeccionar unos leotardos para el gato y una bufanda para mi cadáver.