Luz del alma - José Luis Alvite
A ciertas horas en el Savoy lo que se percibe es la humedad de los pecados, el placer mojado y redundante como una braga meada... la evocación veneciana de los días tórridos en los que tuviste con alguien un fracaso que no está en las cuentas ni en los libros, sino en los sanatorios. Anoche la luz del Savoy estaba muy castigada. En el saxo de Jeff Scopelli hervía como una hemorroide de saliva la música de Gato Barbieri. Y el jefe se quedó en silencio. Y entonces sonó espesa la batería como si aletease en ella un puñado de palomas volando como un enema de alquitrán en el interior de una vejiga a rebosar de lodo. En las meridionales tardes de los pobres, las banderas eran bragas y en las calles el agua de los fregaderos espesaba la luz del sol hasta que todo aquello fermentaba con los orines de las yeguas. Hay cosas que no conviene limpiar. Si le pasas un paño a «Las Meninas», lo que te queda es «Mujercitas». Grace Kelly deslumbraba en la escalinata de mármol, pero a Rita Hayworth le sentaba mejor la escalera de incendios. Puedes imaginar a Charlie Parker aprovechando en el saxo el gazpacho de una hemotisis, pero no soportarías al bueno de «Bird» Parker tocando el arpa en la canoa de Pocahontas. Hay cosas que no pueden ser, muchacho. No puede ser que le pongas chaqué rosa a los cuervos. Una madrugada en el Savoy me dijo Ernie: «Muchacho, a menudo la oscuridad te ayuda a ver las cosas claras». El Capone de los últimos días me dijo: «Amigo mío, uno no es sólo su ropa, sus matones y su contabilidad; uno es también la poca luz que le rodea, la sombra que te hace indescifrable, esa penumbra que le añade decimales al ala de tu sombrero. A los tipos como yo, el exceso de luz le perjudica suma la reputación». No le faltaba razón. Hay un equilibrio entre la luz real y la luz del alma. Y ese equilibrio es el que te hace soñar que una madrugada diste con aquella mujer en cuyo rostro al prender tu cigarrillo viste juntas las facciones de Grace Kelly y los labios de Louis Armstrong.