La encantadora inutilidad de la belleza - José Luis Alvite
Una corriente de la literatura aboga por la supresión de lo superfluo en beneficio de lo sucinto, de lo preciso, de lo exacto. Quieren reducir la escritura a la dimensión del diseño, aboliendo las ideas en beneficio de las apariencias, o sea, sacrificando la redundante exhuberancia de la belleza en beneficio de la eficacia, algo que ya llevamos años soportando en el tenis y en el boxeo, por no centrarnos sólo en el lenguaje de los políticos, en el que la arquitectura de las ideas ha cedido ante la eficacia inmediata e infantil del eslogam. A ese fenómeno de la reducción se le llama minimalismo para bautizar como una tendencia algo que sólo refleja el dudoso avance del pensamiento y del arte hacia su indigencia. En su vanidad falsamente revolucionaria, los apóstoles del minimalismo darían por bueno suprimirle el forraje a los vuelos del traje de Carmen Amaya y presentarla en el tablao con un traje de neopreno.Hay algo de capciosa obsesión sanitaria en la supresión catequética de lo superfluo. Antes de intentar la reducción del lenguaje adaptándolo a la gramática de la telefonía móvil, los detractores del espectáculo del Arte ensayaron con la supresión del humo, seguramente motivados menos por la preocupación neumológica que por ese terrible entusiasmo que les lleva a amputar el humo como floración del gesto, como redundancia innecesaria y narcótica del ademán, lo que me hace temer que en su siguiente vuelta de manivela, los defensores de la literatura geométrica y objetiva probarán también a suprimirle la rúbrica al vuelo de los pájaros, el encaje a la lencería y el barroco a las catedrales. Y dirán que la literatura no puede suponer una pérdida de tiempo, con lo que se propondrá la guía telefónica como modelo de eficacia a imitar. Y abogarán también por la pureza oftálmica del ojo femenino, con lo que será recomendable suprimir el rímel y la sombra sobre los párpados, a lo que sin duda seguiría la prohibición de la doblez en la mirada, del soslayo y de ese vidriado astigmatismo que alcanzan las mujeres cuando a sus ojos asoman juntos el sueño y la codicia. Y no nos enamoraremos de nuestras parejas por la hondura de sus pensamiento o por la excedente obstetricia de su cuerpo, sino por su grupo sanguíneo y por el contenido en azúcar de su saliva. O por su peso catastastralCon la tala de lo superfluo, el Arte ganará en sencillez, sin duda alguna, pero lo habremos privado de la encantadora inutilidad de la belleza. En las exposiciones de pintura, lo mejor de un cuadro será sin duda su embalaje. Y entonces, maldita sea, echaremos de menos la imaginación como ocio. Y sólo los soñadores y los locos se permitirán imaginar entre sus piernas las manos de la Venus de Milo...