Culto al gin tonic - Pedro G. Cuartango
A MEDIDA que la religión va perdiendo peso en nuestros comportamientos, surgen nuevos cultos para redimirnos de nuestras angustias y frustraciones. Uno de los más recientes es la devoción por el gin tonic, que se ha convertido en nuestros lares en algo semejante al tradicional arte del té en Oriente.
Las religiones se basan en una creencia interior que se manifiesta en una serie de ritos externos. La fe en el gin tonic comporta un complejo ceremonial que comienza por la elección de los recipientes, que deben ser idealmente copas de boca ancha para aspirar el aroma. Luego viene la busca de los hielos adecuados, ya que los cubitos caseros no valen. Y, una vez conseguidos ambos elementos, hay que tener a mano una buena ginebra inglesa, que se mezcla con una tónica de marca ya que se considera una vulgaridad utilizar la que siempre hemos bebido en este país.
Es muy importante utilizar una varilla metálica en espiral para verter la tónica sin que se pierda el gas. Y luego disponer de un paquete de condimentos, como uno que se vende, con mucho éxito, de cardamomo, enebro, flor de hibisco y pimienta rosa. Pero también se puede recurrir a las frambuesas, la lima o el pepino para dar ese toque de genialidad al gin tonic que nos vamos a beber que, por cierto, debe ser servido en copas previamente enfriadas en el congelador.
Aun siguiendo todos esos pasos, es posible que el proceso falle en algún punto crítico y la calidad del gin tonic no sea la deseada, ya que se requiere un master académico para lograr un buen resultado en este proceso de alquimia.
Ya no rezamos el rosario ni vamos a misa los domingos, pero nos queda el gin tonic como un culto que congrega a la secta de los espíritus selectos, que gratifican su ego en el disfrute de este brebaje digno de los dioses.
Eso es precisamente El Progreso: la sustitución de los viejos ritos religiosos por el culto a nuevos usos que configuran identidades a la carta, ligadas al empleo del ocio. Como diría Nietzsche, hemos remplazado lo apolíneo por lo dionisíaco, las ideas por el goce, pero seguimos vinculados a la religión, aunque sea la del gin tonic.
La gran metáfora de nuestro tiempo no es el iPhone ni ningún otro chisme tecnológico. Es el gin tonic, verdadero rito de pasaje a la nueva fe de la modernidad y signo de exclusividad que nos diferencia a nosotros de ellos. Dios se nos ha aparecido en forma de burbujas.