Dos copas y un buda - José Luis Alvite
...De las personas me importa poco su raza, su religión, el credo político que profesen, su cuna y la liquidez de sus bolsillos. No suelo hacer preguntas con ánimo de conocer el perfil social o cultural de los desconocidos. Prefiero que las cosas ocurran a su ritmo, sin meterle prisa a la curiosidad, disfrutando las novedades según se suceden, con esa actitud de calma y expectación con la se practica la pesca al parado. En general, de las personas sólo espero que su conversación me resulte más interesante que el roce de sus nalgas al rumiar contra la silla la silla. Suelo coincidir de copas con un amigo de origen marroquí del que fui conociendo sus pensamientos políticos y sus inquietudes religiosas a medida que la vida ocurría a nuestro alrededor, aprovechando sobre todo las pausas en las que nos quedábamos sin la compañía de alguna mujer, que es realmente cuando a uno suele entrarle esa angustiosa sensación de vacío existencial que nos conduciría a la melancolía y a las estribaciones del suicidio si no fuese por la oportuna presencia del barman, ese personaje sabio, mundano y coloquial al que suelen recurrir los hombres en evitación de leer a Sartre. Mi amigo marroquí y yo solemos discutir asuntos muy diversos. Discrepamos amistosamente en muchas cuestiones, y en otras, la verdad, a veces acabamos visiblemente enfadados porque yo encuentro sus posturas tan intransigentes e irracionales como seguramente le parecen a él las mías. Lo bueno de nuestros choques dialécticos es que jamás llega la sangre al río y le ponemos remedio añadiendo un par de copas a las sucesivas rondas de la noche. Cuando le veo muy furioso en la defensa de su militancia islamista, alargo el cuello, inclino la cabeza bajo la sarracena luz amarilla de El Corzo y me ofrezco voluntariamente por si le apetece zanjar mis blasfemias decapitándome sobre el ara de la barra del bar. Naturalmente, todo el revuelo queda en nada. Mi amigo marroquí se apoya de codos sobre la barra y me indulta sustituyendo la decapitación por la condena más llevadera que maneja con soltura en castellano: "Vete a tomar por el culo". Entonces le paso una mano por la nuca, le doy dos palmadas y extiendo mi copa para recoger como un honor el brindis de la suya. Sin palabras. Mi amigo desconoce de mí casi las mismas cosas que yo ignoro de él, pero nos conocemos bien nuestros silencios y sabemos que no hay maldad entre nosotros. Somos amigos, ya te digo, y si en un arrebato me estampase un puño en la cara, lo encajaría sin rechistar, a sabiendas de que seguramente se habría tratado de un espontáneo y pedagógico golpe sin doblez, uno de esos puñetazos que sólo se les da a los mejores amigos. Una madrugada discutimos muy acaloradamente y faltó poco para que llegásemos a las manos. Nos acercamos tanto el uno al otro, que mi aliento le devolvía a la boca el suyo. Cuando sólo era previsible lo peor y sin que mediase palabra, nos fundimos en un abrazo del que casi tuvimos que salir forcejeando. El barman acercó un par de copas, mi amigo hizo el gesto de pagar y yo me adelanté porque sé que, por cosas de la vida, al corazón de mi colega marroquí no le responde el bolsillo. Así son las cosas cuando aprecias a una persona de la que apenas sabes cuatro cosas. De mi amigo marroquí conozco las manos y los sueños, y sin embargo, ignoro sus pesadillas y su letra, del mismo modo que jamás creí necesario saber su apellido. Por supuesto, tenemos magníficos momentos de síntesis cultural. Y entonces, muchacho, entonces, mediada la madrugada en El Corzo, no corro peligro alguno si le propongo sustituir el rostro de Jesús por la faz de Mahoma en la iconografía del belén. Nos une sobre todo la presencia de las chicas en ese instante de la madrugada en el que el rostro femenino adquiere la pagana religiosidad y el perlé que suele darle a los ojos de una mujer el velo gris del humo de los cigarrillos. Al final se nos tuercen las cosas y quedamos solos. Pero eso casi da lo mismo. A mi amigo marroquí no le importa compartir conmigo el infierno laico del fracaso mientras el barman decapita dos rodajas de limón sobre las copas para que mi enemigo íntimo y yo brindemos impunemente por Buda...