Cuando el talento lo pone el espectador - José Luis Alvite
Del mismo modo que no existe la muerte sin cadáver, tampoco existe el arte sin el espectador. La mujer mas hermosa queda reducida a un simple puñado de bultos si se pasea en un auditorio de invidentes. Prueba a cerrar los ojos mientras teclean en el televisor los pies de Fred Astaire y tendrás la sensación de que hay alguien crucificando a un ciempiés en una plancha de nácar. El chispazo surge cuando te ocurre como a Letizia Ortiz, que no fue consciente de su papel histórico hasta que se encontró una corona entre la loza del desayuno. El arte, como la radio, siempre necesita un receptor. Otra cosa es que la artística no consiga conectar con su potencial espectador, en cuyo caso lo que se produce es la frustración, la soledad y el desarraigo, que era lo que angustiaba a Van Gogh, un tipo cuyos espectadores todavía no habían nacido cuando se disparó de muerte en el pecho. Muchos artistas de ahora acomodaron su labor creadora a la eficacia del marketing, con lo cual se limitan a satisfacer la demanda de los espectadores en lugar de tentar su hallazgo o su heroica captura. Eso explica que muchos escultores hayan renunciado al azar en beneficio de la eficacia y se limiten a diseñar sillas y vajillas para las listas de bodas. Aumenta día a día la nómina de pintores que trabajan sobre los planos de las inmobiliarias para que sus cuadros maten el espacio muerto entre el fregadero y la nevera. Hay marquesas que le ofrecen sus favores al pintor de cámara a cambio de que en el retrato les suprima el bocio y esas manchitas en la piel por cuya cartografía se cierne el redoble acolchado de los corceles tirando con calmosa tenacidad de la carroza fúnebre. Puede ocurrir que el artista fracase históricamente porque no encontró quien reconociese su portentoso talento desplegado fuera de época o en circunstancias adversas. Pero puede ocurrir también que el artista triunfe gracias al talento del espectador para sobrevalorar su obra, que es lo que ocurre con muchos de esos pintores cuyos cuadros sin duda mejoran con el embalaje. Hace años que rehuyo los fastos de las galerías de arte, pero sé de artistas que ganarían mucho si inaugurasen sus exposiciones coincidiendo con su clausura. Pero ocurre también con muchos poetas, que una vez concebida su obra mediocre, todavía la empobrecen al recitarla con ese pretenciosa mezcla de asfixia y declamación que no sabes si se merece un aplauso o un balón de oxígeno. Corren tiempos muy generosos para calificar el talento. Pero algún día nos daremos cuenta de que nos tomaron el pelo. Y de que en algunas galerías de arte el único aliciente es la chavala de la limpieza. Y comprenderemos que en muchos incendios sólo vale la pena salvar las llamas.