martes, 11 de marzo de 2014

Como una manada de lodo y hurones - José Luis Alvite


Como una manada de lodo y hurones - José Luis Alvite

Ahora ya es demasiado tarde y siento en mi corazón, como una ronda hospiciana, como una reata de tierra, las pisadas de un celador sin ojos. Me dijo anoche mi querida M.P. que a un tipo como yo no es fácil quererle porque se cierra con la hosca tenacidad con la que se sella un sepulcro. Algo parecido le escuché hace años a una fulana: "Lo mío a tu lado, cielo, fue como haber tentado la felicidad abrazando a un cactus". A veces pienso que a mi cuerpo le queda en el escombro la luz justa para que la muerte encuentre a tiempo la salida. Me he negado tanto a los demás, maldita sea, que el forense sólo encontrará mis huellas dactilares en los forros de los bolsillos. Esta mañana desperté con la sensación de haber enjuagado la boca con arena. Hace poco soñé que me estallabanlos pulmones y que por entre el vaho de la deflagración remontaban el vuelo dos palomas rojas con las alas bañadas en goma arábiga. La presbicia empalaga mis ojos, nena, y mis pies tienen la vista cansada. La vida dio de sí menos de lo que esperaba. Ya no me conmueve el Dios plisado de las catedrales y no sé de un solo bar en el que me sirvan la leche leche fucsia con la que soñé de niño. La bajamar de Cambados es una mancha de morfina en una esquela. Creo que ya no se me cumplirá el deseo de irme a cama con una mujer que se lave las ingles con el agua de las verduras. En el puerperio de mi rostro cansado se drena un cadáver sin papeles. Tengo el desalentador aspecto bactericida de alguien que viniese de arreglar la cabeza en el peluquero del Holocausto. A veces de madrugada tomo notas en "Corzo" y luego me parece haber hecho un enorme esfuerzo, como si para aquel pequeño apunte hubiese mojado la pluma en un tintero con lepra. Creo que me produce bostezos cerrar la boca. El día menos pensado encontraré en el jarabe de la orina la piel del paladar. A tía Pepita un cáncer de colon le perforó el útero y no dije nada por no ofender y para no escandalizar, pero te juro, muchacho, que se me pasó por la cabeza que la flemática petanca de aquel muñón oncológico fueron sus únicas relaciones sexuales. ¡Dios Santo!, en su agonía, a tía Pepita le olía la boca como un escape de grisú. Antes de sucumbir a la muerte, la pobre hizo de vientre una manada de lodo y hurones. Y recordé mi infancia en Cambados, cuando tía Pepita era un mausoleo de cretona en el tebeo de aquel paisaje en el que guiñaban sus remos las traineras y hacia Barrantes cabían las peras en la uvas y los albañiles deletreaban la taranta del tiempo con la relojería lenta de sus badales. Luego pasó a mis espaldas la vida, muchacho, y ahora tengo la sensación de haberme malogrado adivinando la marroquinería de las estrellas reflejadas en la mirada cicatrizada de un muerto.