martes, 18 de marzo de 2014

Aborto: no es cuestión de mapas - Juan A. Herrero Brasas

Aborto: no es cuestión de mapas - Juan A. Herrero Brasas

El autor sostiene que en España es imposible plantear un debate serio sobre el aborto por culpa de la política 
Dice que desde posiciones progresistas puede defenderse la reforma de la legislación que abandera el Gobierno 

A VECES da la sensación de que la batalla en torno al aborto se libra en el campo de los meros posicionamientos políticos, como si la cuestión de fondo no admitiera ya argumentación ni debate. Y eso no es así, ni mucho menos. Conviene, por tanto, dar un breve repaso a los argumentos básicos que se esgrimen en el medio académico en torno a este controvertido asunto.
A favor de la liberalización del aborto, el argumento más claro y contundente lo encontramos en un famoso artículo de Mary Ann Warren, de 1973, titulado Sobre el estatus moral y legal del aborto. Ese artículo fue seguido de otros igualmente contundentes, entre los que cabe destacar Diferencia entre aborto e infanticidio (2000). Dichos artículos contienen los argumentos clásicos en que se fundamenta la posición a favor de la liberalización del aborto.
Warren hace la distinción entre ser humano y persona. No cuestiona el hecho de que el feto, también en su fase embrionaria, es un ser humano, pues posee un código genético completo propio, claramente diferenciado del de la madre. Pero niega, eso sí, que el feto sea una persona. Para ser considerado persona, no es suficiente -afirma Warren- tener rasgos faciales humanos, tener actividad cerebral detectable, o ni siquiera capacidad para sobrevivir fuera del útero.
Para Warren, la definición de persona incluye una serie de capacidades racionales y comunicativas que el feto no posee. Se trata de capacidades que tampoco posee un bebé de días o semanas, por lo que concluye que, estrictamente hablando, un bebé tampoco es una persona. Sin embargo, considera que no está justificado matar a un bebé, siempre que haya alguien que esté dispuesto a cuidarlo y proporcionarle una vida razonablemente buena. Ése no es el caso del feto, señala dicha autora, pues nadie puede ocuparse de él, excepto la madre, y es precisamente la madre quien no lo quiere. En cualquier caso, esta intelectual feminista deja claro que, estrictamente hablando, un ser humano que no es persona (y en esta categoría incluye también, entre otros, a quienes están en estado de coma.) no tiene derecho a la vida. Su derecho es, si acaso, indirecto, pues se basa sólo en la posibilidad de que su muerte produzca sufrimiento a otras personas.
Una variante del argumento que desarrolla Warren es que incluso si, por tratarse de un ser humano, el feto tuviera derecho a vivir, aun así el aborto estaría justificado porque la mujer tiene derecho a controlar su propio cuerpo. Este argumento generalmente va acompañado de la analogía de una persona a quien forzaran a prestar su cuerpo para diálisis con objeto de permitir la supervivencia de otro. La validez de tal analogía es, no obstante, dudosa. En el caso del embarazo, el paciente (el feto) no tiene culpa ni responsabilidad alguna por encontrarse en esa situación, y no ha hecho nada para forzar a la mujer a ser su apoyo vital. Simplemente la situación le ha venido dada por la conducta de otros.
En cuanto al hecho de que el feto será indudablemente una persona si no se le destruye, Warren alega que efectivamente ese es un argumento de peso para no destruirlo, y afirma que si existiera la posibilidad de abortar sin matar al feto la mujer que quisiera abortar debería hacerlo de esa manera. Pero concluye que al no ser posible hacerlo así, el derecho de una persona actual a gestionar su cuerpo tiene prioridad sobre el derecho de una persona potencial a vivir.
Un argumento muy común a nivel popular es el de la seguridad de la mujer que aborta. Muchas mujeres, según tal argumento, abortarían de todos modos, sea legal o no. Si lo hacen en condiciones de ilegalidad pueden estar arriesgando sus vidas. Puesto que dichos abortos van a ocurrir de cualquier manera, es mejor que tengan lugar en condiciones de salubridad y seguridad.
Dicho planeamiento, a mi modo de ver, no es aceptable. Si llegáramos a la conclusión de que el aborto es un crimen moral, el mencionado argumento equivaldría a decir que debemos legalizar cualquier crimen para que el criminal no corra riesgos en el momento de cometerlo. Lo que hay que dilucidar, por tanto, es si el aborto provocado es un crimen moral o no.
La famosa sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos conocida como Roe versus Wade, que liberalizó el aborto en aquel país en 1973, tomaba como criterio base el derecho a la intimidad, y fundamentalmente seguía la misma línea de razonamiento que encontramos en el primero de los mencionados artículos de Warren (que precisamente apareció publicado ese mismo año). La litigante en aquel proceso usaba el pseudónimo Jane Roe. Su auténtico nombre era Norma McCorvey, una mujer lesbiana que vivía con su pareja en Texas y que decía haber sido violada, y pedía que se le reconociera su derecho a abortar. La tardanza de la sentencia hizo que McCorvey diera a luz a una niña, tras lo cual continuó con su activismo a favor de la liberalización del aborto y trabajó en clínicas abortistas.
A MEDIADOS de los años 80, en su libro autobiográfico I Am Roe, McCorvey hizo pública su identidad y algunos detalles de su vida personal. Curiosamente, tiempo después, la activista que había conseguido la legalización del aborto cambió radicalmente de opinión. En su libro Won by Love (1998), cuenta como un día, en una clínica abortista en la que trabajaba, se quedó mirando una fotografía que mostraba el desarrollo de un feto de 10 semanas: «Me quedé sin aliento, con la vista puesta en ese feto.... son niños que están siendo matados en el vientre de su madre... Nada de primer trimestre, segundo trimestre, tercer trimestre. El aborto en cualquier momento es inmoral. Ahora lo veía claro, tan dolorosamente claro». En 2005, un nuevo litigio iniciado por McCorvey llegaba otra vez al Tribunal Supremo de Estados Unidos. Ahora McCorvey solicitaba del Alto Tribunal que anulara Roe versus Wade, la sentencia que ella misma había ganado 33 años antes.
Tales cambios de perspectiva, fruto de un proceso de reflexión, en España son difíciles de entender. Aquí priman los posicionamientos políticos y el recurso al ostracismo y la estigmatización. En estos momentos, la estrategia por parte de los sectores contrarios a la reforma de la ley del aborto consiste en presentar a quienes discrepan de ellos como extremistas de derechas o miembros de sectores clericales. Se nos intenta hacer ver que la reputación de España como país progresista está en juego, y que toda persona sensata y poco menos que en su sano juicio se opone a la Ley Gallardón. Estamos ante el argumento clásico del pensamiento único. Curiosamente, hasta la ultraderechista Marine Le Pen se ha unido a las filas de quienes se oponen a la reforma Gallardón. Y también se han posicionado así la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales e incluso la rama española de Amnistía Internacional.
Nada de eso me impresiona. Los argumentos de corrección política y mapas comparativos no me valen. Me precio de ser políticamente incorrecto, pero intelectualmente honrado. A la vista están mis publicaciones a favor de la igualdad de derechos de lesbianas y gays, a favor de los inmigrantes, en contra de la violencia machista, contra las corridas de toros y la crueldad para con los animales, y en general mi continua implicación en causas radicales a favor de la igualdad y contra la marginación y el sufrimiento de los seres humanos. Nadie me puede acusar de ser un extremista de derechas ni de representar los intereses del clero. Quede eso claro, porque mi sentido de la honradez moral e intelectual me exigen en este momento posicionarme claramente a favor de la reforma Gallardón. Si callara ahora, mi silencio estaría salpicado con la sangre de seres inocentes.

Juan A. Herrero Brasas es profesor de Ética y Política Pública en la Universidad de California.