Todo cambia - Nacho Mirás Fole
Y aquí está otra vez, en víspera de martes, el dueño del astrocitoma anaplásico grado III más cacareado de la oncología española. Hoy lo he sacado de concierto; si no lo mato por desgaste, al menos que se desahogue. Tuvo una buena oportunidad esta noche mi cáncer en la Casa das Crechas, escuchando la digitopuntura de los bretones Jacky Molard (al violín) y Jean Michelle Veillon (a la flauta travesera). Nunca hasta hoy había entendido en toda su extensión el sentido de la frase “Jódete y baila”. Encima, hijo de la gran puta, te he regado con Superbock negra sin alcohol y ahora te voy a dar tu ración diaria de Temozolomida para que la goces. No me extraña que te quieras quedar a vivir; si yo fuese el tumor de un fulano que no para, que te pasea, te fríe, te droga y te relaciona, tampoco querría irme, que hace mucho frío afuera. Recuerda de todas maneras, Casiano, que el martes nos toca control. Hay que evaluar con el especialista y con los residentes la bioquímica de la semana pasada; chutarse otra vez la vena paa una nueva analítica; hacer cola en farmacia… y empezar a despedirse de la churrería atómica, que solo nos quedan nueve sesiones y las vamos a echar de menos. Después te llevaré de vacaciones al Mediterráneo con todos los gastos pagados y verás cosas que jamás creerías. El sol, por ejemplo, ese desconocido. Es como los fotones que nos meten todos los días pero en formato industrial.
Hoy, justo ante de que me atornillaran la cabeza en el acelerador lineal, he descubierto una excoriación detrás de la oreja derecha, un pequeño problema de carrocería. No tenía pensado presentarme a Miss Universo, pero jode y pica. Aunque me echo cremas como me mandan, la radiación hace su trabajo. ¿O por qué pensabais que cuando empieza la coreografía radiactiva todo el mundo menos yo abandona la sala? No es cobardía, es sentido común. Isabel, la enfermera de Radioterapia, me ha untado un ungüento que se convierte con las horas en el film transparente con el que suelo envolverle los bocadillos a mis hijos y que sirve para sujetarme el alerón y proteger la quemadura. Niki Lauda, amigo, me pongo en tu pellejo.
Reitero las gracias a todos los que me ponen el ánimo por escrito, a los que me paran para darme las gracias… Que te den las gracias por vomitar pensamientos y salpicar con tus vísceras a todo el que esté delante acojona. Ya dije hace unos cuantos capítulos que, a veces, tengo la impresión de que el pleno municipal acabará dedicándome una rotonda. Señor alcalde: me conformo con un bache.
Desde que tengo lo que tengo se me ha incrementado la nostalgia de los lugares y de las personas. A los sitios voy, pero todavía tengo ganas de recuperar el olfato de algunos seres humanos que han sido especiales en 42 años de recorrido y que dejaron de sintonizar mi frecuencia. Recordad que mi memoria olfativa fue a parar a una palangana esterilizada el 12 de diciembre y que cada día vuelvo a oler a los amigos que fueron lo mismo que he tenido que volver a oler a mis hijos por primera vez. Pero aún tengo mucho disco duro virgen.
Voy a acabar con una canción de Mercedes Sosa que, en mi situación, tiene muchísimo sentido. Se la tomo prestada a una de esas personas que hacen que todo este horror tenga sentido. Así como todo cambia, que yo cambie no es extraño. (La letra al final). No os acostéis tarde y, si podéis, no os acostéis solos.