La ceremonia del adiós - Pedro G. Cuartango
LAS COSAS más sencillas, los actos cotidianos son los que más nos llegan al corazón. Los generales de Napoleón no le recordaban por su brillante estrategia en Austerlitz sino porque un día cedió su caballo a un soldado herido. Yo, después de haber visto arder las naves en Orion y brillar los rayos C en la puerta de Tanhäuser, quede sobrecogido al mirar cómo Pedro J. Ramírez recogía el sábado por la mañana los libros de su despacho y los metía en cajones.
Por la tarde, repartió sus cuadros, sus trofeos y algunos de sus libros más valiosos entre todo el personal de la redacción y cerró la puerta de su despacho. Aprovechando un momento de despiste, salió del edificio sin que nadie se diera cuenta. Cuando alguien me avisó, pude ver las luces traseras de su coche enfilando la salida a la avenida de San Luis.
Cuando el jueves le dije la frase del replicante de Blade Runner, omití el final que da sentido a toda la película de Ridley Scott: «todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia». No lo sé, pero estos últimos 24 años en el periódico parecen ahora condensados en un instante que se diluye en el pozo sin fondo de la eternidad.
Nos educan para crecer, para tener hijos, para plantar arboles y hasta para cambiar el mundo, pero no para soportar la pérdida de lo que queremos, de esos tiempos felices de antes de la Revolución en los que vivíamos ignorantes de lo que el futuro nos iba a deparar.
No he podido dormir, pero al amanecer ha despuntado un sol radiante sobre Madrid en ese cielo intensamente azul de los buenos días de la capital. Los brotes de la primavera germinan en los árboles. Y los parques vuelven a estar llenos de gente. Me vienen a la memoria los famosos versos de Paul Valéry: «le vent se leve, il faut tenter de vivre».
El poeta francés se inspiró en el cementerio marino de Sète para componer esta pieza elegiaca que tan bien describe el éxtasis ante la belleza y la fugacidad del tiempo. Yo estuve en ese maravilloso promontorio mediterráneo hace casi 40 años y tengo la sensación de que fue ayer. El futuro es ya pasado, pero la vida recomienza todos los días.
Hoy abrimos un nuevo capítulo en la vertiginosa historia de este periódico y nada está escrito. Todo depende de nosotros. Le deseo lo mejor a Casimiro, que goza del afecto y el respeto de todos los que hacemos este diario y de cuyo talento, buen hacer y solvencia intelectual he sido testigo durante muchos años. Alzase el viento, recomienza el mar su eterno trabajo. Manos a la obra.