Cadáveres sanos - José Luis Alvite
Ahora que la lucha contra el tabaco entra en su recta final, me pregunto cuanto tiempo pasará antes de que los políticos prohíban las películas con humo por si pudiesen ser inductoras del vicio de fumar. A lo mejor hay que conectar a lo televisores un deshumidificador que convierta a Bogart en un pulcro detective libre de vicios, una especie de investigador del Insalud, privando a Sam Spade y a Philip Marlow del encanto de sus flaquezas, sobre todo el encanto de la flaqueza del tabaco, que en algunas de aquellas películas del cine negro ocupaba en la pantalla más espacio que las flores, la ducha y las sales de baño. A los gobernantes se les ha metido en la cabeza privarnos del derecho al error y de la tentación de los vicios, que fueron siempre el recurso de lo pobres y de los parias para olvidar su ignominia envolviéndola en humo o metiéndola en alcohol. Por lo visto se trata de que vivamos más tiempo y con mejor salud, por nuestro propio bien, dicen, pero sobre todo porque un hombre saludable sale más barato que un hombre enfermo. Es tradicional que los políticos traten de demostrar su autoridad imponiendo decisiones a menudo impopulares, como la decisión de abaratar la vida no precisamente bajando los precios de las cosas, sino suprimiendo los placeres, cuando no las cosas mismas. Hitler sintió siempre el delirio de una raza superior y saludable a la que se llegaría mediante una selección genética, que es algo que por ahora no se les ocurre a nuestros políticos, satisfechos momentáneamente con la posibilidad de crear una raza de la salud a la que en vez de llegarse por el análisis de sangre, se llega por la depuración del aire, aunque el día menos pensado surgirá alguien que proponga la prohibición de las caries, con lo cual habremos alcanzado esa saludable jovialidad de los jesuitas, que sonríen todos del mismo modo, con la misma profiláctica blancura, con esa sonrisa colectiva que es como si compartiesen la dentadura postiza. Antes quien se metía en la depuración del hombre eran los curas, que te andaban en la conciencia y en el alma, te reprochaban los vicios pero en vez de una multa te ponían una de aquellas penitencias que de niños recitábamos alegremente de corrido como si fuesen la pedrea de la Lotería de Navidad. El riesgo de ir al infierno era menos inquietante que la posibilidad de acabar en la cárcel, que es lo que te espera ahora si no pagas una de esas millonarias multas con las que se va a castigar la odiosa infracción del fumador, ese tipo perverso, insalubre y criminal, gente como yo, todos cuantos nos preguntamos si en caso de guerra nuestros muchachos podrán llevarse el tabaco en el petate o va a resultar que también el frente de batalla es un centro de trabajo en el que los únicos vicios permitidos sean el gas mostaza y la conversión de los vómitos en paté de cerdo. ..
Habremos de andarnos con cuidado, no sea que enfermemos de cosas que están mal vistas por esta asfixiante modalidad de Poder farmacéutico y policial. El día menos pensado se cuela en nuestras casas el inspector de vicios y nos decide las tentaciones y la dieta. Después comprobarán si caminamos cada día lo que conviene caminar para ser un tipo agotado pero sano. A continuación nos escogerán el pijama con el que habremos de ir puntualmente a cama. Y cuando queramos darnos cuenta, muchacho, esos viciosos de la salud nos habrán escogido también los sueños. Estamos perdidos, amigo mío. Al paso que vamos, sólo nos podremos morir por prescripción facultativa. Cuando parecía que ya todo estaba descubierto, ahora resulta que acabamos de inventar el cadáver sano, con lo cual la gente en vez de morirse de cáncer de pulmón, se morirá rebosante de salud. Dentro de un par de siglos, incluso el Holocausto será recordado como un lejano problema de humos...