Blues de las mariposas con hélice - José Luis Alvite
Es cierto que conservo el terminal coraje reposado del escepticismo, pero ya no soy el que era, aquel muchacho impetuoso capaz de sacarse los calzoncillos por la cabeza y de volcarse en cama con una mujer hasta expulsar las amígdalas por la uretra. Practicamente he agotado el cupo de mis experiencias y no presintiendo el menor futuro, creo que a la mujer que se empareje conmigo ya solo le quedará aprovechar el estertor de lo nuestro para labrarse un pasado. Creo que mi próxima cita con una mujer realmente interesante será coincidir en el tanatorio con mi viuda. Me he ido haciendo mayor, muchacho, y harto de ver pasar la vida y sus secuelas, lo cierto es que ya solo me creo capaz de comprometerme con una mujer que considere mi cuerpo un sitio aceptable en el que caerse muerta. En mis momentos mas bajos de moral creo que también podría ofrecerme como saco terrero en un anuncio por palabras. La última vez que me acosté con una desconocida, estuve tan ausente que juraría que fue mi primera experiencia sexual como cadáver. Hace pocas semanas amanecí tan derrotado por la madrugada y por los remordimientos, muchacho, que para ahorrarme esfuerzos, enjugué el llanto con el secador del pelo. Una fulana me dijo que bien mirado, no me consideraba la manera más divertida de desacreditarse.
Ya casi ni recuerdo los buenos tiempos, los días lejanos de la pubertad, cuando el sol salía tres veces cada mañana y me parecía un sueño dar con una de esas fulanas de mundo en cuyos catres aprendían los hombres a depilar la saliva. ¡Dios Santo!, cuando eres sólo un muchacho, desconoces que estás en tu mejor momento y que años más tarde te costará mucho creer que alguna vez conociste a una adolescente con el pubis de abedul. De chaval eres tan ingenuo, muchacho, que ni imaginas siquiera que llegará el día en el que la humanidad reaccione tarde ante la crueldad de la guerra y sólo llegue a tiempo para enviar con urgencia mortajas para los niños y enemas para que hagan de vientre sus buitres. Pero el tiempo pasa como un caballo corriendo por el interior del coche fúnebre, amigo mio, y un día te encuentras en la leche del desayuno, como hojarasca en un charco, las plumas del reloj de cuco. Es el final, ¿sabes?, la última zancada antes de que se pudran como reses tus zapatos y renuncies al viejo sueño juvenil de redondear con hélices el vuelo de las mariposas. Ya sólo te queda pedir la vez en el marmolista y confiar que en un lapsus de bondad tu cadáver se ponga dos días de moda entre los tuyos.
Esto es la vida, muchacho: ahorrar lo justo para cambiar de hucha, tener menos prisa que paciencia y acertar con la cama en la que te aguarda tu cadáver.