Nada que perder - Salvador Sostres
Lo peor que nos puede pasar es la gente que no tiene nada que perder. Pagamos impuestos para que incluso los más desgraciados tengan algo que perder y ése es nuestro antídoto contra el caos. Lo peor que nos puede pasar es caer en manos de la muy minoría muy ruidosa y muy desesperada.
Porque aunque siempre tengamos algún motivo para quejarnos, y siempre las cosas podrían andar mejor, vivimos flotando en el bienestar y rodeados de privilegios. Nuestros servicios sociales recortados son mucho más completos que los que tuvieron nuestros padres y abuelos, que nunca se quejaron porque estaban acostumbrados a trabajar y a pagarse sus gastos.
Hay gente con que se ha quedado verdaderamente sin nada. Pero mucha menos de lo que parece: son de hecho una ínfima minoría. Y que les ayudemos si podemos -siempre si podemos, y nunca por obligación, sino por compasión y para evitarnos males mayores- no significa que tengamos que dejarnos llevar por su dinámica iracunda y desesperada.
Los demás, la inmensa mayoría de los que tanto reivindican y tan mal dicen estar, tendrían que pensar a qué médico van ellos y sus hijos, y a qué colegio, y calcular la extraordinaria diferencia que hay entre lo que pagan y lo que cuestan estos servicios en realidad. ¿Crees que no tienes nada que perder? Trata de imaginarte la intemperie, aunque no creo que puedas, de lo bien que has vivido siempre.
Una cosa es que papi no te compre la pelota esta tarde en el parque y la otra que pases hambre. Lo peor que nos puede pasar es la gente que no tiene nada que perder, y la destrucción terrible de sus arrebatos, pero lo más cínico que últimamente hay que soportar son estos quejicas de pancarta y red social que han crecido pensando que todo se les debe y que nunca aprendieron a dar las gracias.
Vivimos en la parte afortunada del planeta. Si no hubieras abusado tanto de nuestra gran generosidad, probablemente no habríamos conocido este descalabro. Si más que a vivir del dinero de los demás te hubieras acostumbrado a trabajar, ahora no te parecería todo tan extraño, ni tan trágico. Pero en fin, aquí estamos. Aquí, no en Uganda. Aquí, con todo o casi todo pagado. Piénsalo la próxima vez que quieras proclamar el fin del mundo. Piénsalo la próxima vez que sientas el impulso de salir a la calle y sembrar el caos. Haz un minucioso inventario de tus días y recuérdalo bien cuando la propaganda socialista te tiente y quieras creer que no tienes nada que perder.
Lo peor que nos puede pasar es actuar como los desgraciados que no somos, y cargarnos este sistema pese a todo robusto y resistente, y que nos cuida y nos protege. A los que nada tienen procuraremos darles algo, siempre y cuando no nos arrasen con su rabia y su impotencia y acabemos todos como ellos, sin nada ya que poderles ofrecer.