España en su laberinto - Javirt Carballo
David Trueba, recién encumbrado al pedestal de los cineastas españoles, sólo tuvo que elegir una frase para meterse en el bolsillo a todos sus colegas de la gala de los Goya. Ni Wert, ni Rajoy, que todo eso son minucias, a fin de cuentas, para lo que iba a proponer el director premiado. Lo que hizo David Trueba fue contarles a los presentes una experiencia personal, única e irrepetible. Cuando rodaba su película en Almería, en uno de los días de descanso, se fue a pasear en coche por la provincia y se detuvo en una gasolinera. Mientras le ponían el combustible, en el silencio de aquel descampado, sólo se escuchaba de fondo el zumbido constante de una radio, con una sucesión de nuevos casos de corrupción.
“España es el país más rico del mundo”, irrumpió el gasolinero. Con cara de sorpresa, Trueba se volvió hacia él, con alguna respuesta banal que sólo trataba de superar el momento. “Hombre, verá usted, no sé… Tanto como el más rico del mundo…”. Y fue entonces, cuando el gasolinero se lo explicó: “Sí, verá, España es el país más rico del mundo porque llevan 400 años robando y todavía no se ha acabado el dinero”.
Hubo carcajada general y aplausos. Gestos de asentimiento. Y fue curioso porque en aquel teatro estaban reunidos profesionales del cine, gente culta, sensible, bien formada por lo general, demócratas, que reaccionaron de la misma forma que lo podrían haber hecho un grupo de palurdos o una pandilla de nihilistas fachorros. Lo cual nos lleva a la conclusión inmediata de que en España basta decir que “los políticos roban” para que todo el mundo esté de acuerdo. Tanto si se trata de un auditorio cualificado o de una reunión de analfabetos, la respuesta siempre será la misma.
En España basta decir que 'los políticos roban' para que todo el mundo esté de acuerdo. Tanto si se trata de un auditorio cualificado o de una reunión de analfabetos
Pero, por qué ocurre. Quiero decir que, cualquiera que se detenga un momento, cualquiera que analice desapasionadamente lo que ocurre, admitirá que, aun en momentos tan críticos como los que vivimos en España por tantos casos de corrupción, es un despropósito descomunal decir que aquí “todo los políticos roban”. La corrupción política es un grave problema en España, sí; y se trata, además, de un vicio transversal, que atraviesa a todos los partidos. También. Pero el objetivo común de un gobernante en España, de cualquier gobernante, no es robar.
Tan obvio resulta que hasta escribirlo parece ridículo. Tan evidente como que son miles de personas las que se dedican a la política y sólo unos pocos, cien, doscientos, los que han sido condenados por corrupción. Entonces, por qué. ¿A qué se debe el desprestigio de la política en España?
Cuando estalló la Guerra Civil, un historiador británico que se había enamorado de España, Gerald Brenan, se puso a escribir un ensayo sobre nuestra historia para intentar explicarse el carácter del español. El libro, titulado El laberinto español, tiene dos prólogos que nos retratan, aún hoy, como sociedad y, directamente, nos conducen a la explicación del desprestigio de la política en España. Tanto tiempo después, la mirada de Gerard Brenan podría explicarnos muchos comportamientos de hoy.
Como el aldeanismo que aún nos invade: “España es el país de la ‘patria chica’. En lo que puede llamarse su situación normal, España es un conjunto de pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión”. Como la exasperación por la burocracia farragosa, castrante: “La larga y amarga experiencia que los españoles tienen del funcionamiento de la burocracia les ha llevado a subrayar la superioridad de la sociedad sobre el gobierno, de la costumbre sobre la ley, del juicio de los vecinos sobre las formas legales de la justicia”.
Si los españoles despotrican de la política es porque la historia les ha enseñado a desconfiar de la política. Generación tras generación han visto frustradas sus esperanzas por un mal gobernante
Como el sectarismo de la política, la imposibilidad de coincidir en el interés general: “En otros países, el respeto al Estado pudiera haber actuado como influencia moderadora. Pero en España, ni un solo partido abrigó nunca ese sentimiento”. En definitiva, la zancadilla permanente a nosotros mismos: “En sus mejores épocas, España es un país difícil de gobernar. Las mismas causas que han hecho de los españoles el pueblo más vigoroso y humano de Europa, les han condenado a largas etapas de estancamiento político y de inoperancia”.
¿A qué se debe el desprestigio de la política en España? La peor respuesta, la más desalentadora, es que, en realidad, este desprestigio no es coyuntural, sino estructural. Si los españoles despotrican de la política es porque la historia les ha enseñado a desconfiar de la política. Generación tras generación han visto frustradas sus esperanzas, en algún momento, por un mal gobernante. Ese es nuestro laberinto, la desconfianza asumida, casi genética, que se recarga como las pilas con cada caso de corrupción o de inoperancia política.
Ya en 1681 el embajador de Venecia en Madrid, Sebastiano Foscarini, lo tenía claro: “El Gobierno de España es el más perfecto que pudieron imaginar los antiguos legisladores, pero la corrupción de los tiempos ha ido llenándolo de abusos. (…) Se diría, para terminar, que aunque los españoles tienen ingenio, capacidad y medios suficientes para restaurar su país, no lograrán hacerlo; y aunque son enteramente capaces de salvar su Estado, no lo salvarán porque les falta voluntad de hacerlo.” Más de tres siglos después, el gasolinero de Almería, asentiría: "¡Exactamente, todos roban!".