El mejor peor momento de mi vida - Nacho Mirás Fole
Entre todos conseguís que esté pasando el mejor peor momento de mi vida. Antes de ponerme a jugar otra vez a las farmacias, voy a hacer un repaso rápido de la jornada y a escribir otro capítulo de mis obras sanitarias completas. Arranqué a primera hora del miércoles gastándole corriente a chorro al servicio de radioterapia, con lo que debe de tragar un acelerador lineal. Es entrar en el hospital, todo iluminado y lleno de enchufes y cables, y me imagino lo que sufriría mi padre si fuera el gerente, todo el día apagando luces.
-Papá, mira que si apagas el acelerador lineal tiene que volver a arrancarlo un físico…
-¿A quién carallo alumbran esos fotones? ¡Que no somos accionistas de Fenosa! ¿No los hay de bajo consumo?
A veces tengo la sensación de haber crecido en una nebulosa por culpa de Fenosa. A lo que iba. Fue salir de la churrería atómica y me entraron unas ganas tremendas de mojar el churro, en sentido literal. Así que me fui a la cafetería a darme el gusto. En marzo del año pasado publiqué en La Voz de Galicia un reportaje titulado Los últimos churros de autor, una historia en la que le ponía cara al responsable de los 1.500 churros que se mojaban entonces a diario en el Hospital Clínico Universitario de Santiago, además de otros quinientos repartidos entre el Gil Casares, el Psiquiátrico y el Hospital de Conxo: Valeriano García Temprano, compañero de servicio militar de mi padre. Es increíble, pero el día que fui al hospital a buscar el diganóstico fatal me encontré en el ascensor al churrero de la mili. Era una señal de la frituroterapia que me esperaba. Valeriano es, además, y ya lo sabe él, el protagonista de otra de las frases con las que Mirás educó a sus hijos en la puntualidad: “¡Eres como Valeriano García Temprano, que siempre llegaba tarde!”. Un mito de mi formación; el culpable de que siempre soy yo el que espera.
Mojado el churro y mojado el tiempo, mi amigo Julio STC (Sobrino de la Tía Claudina) me hizo de taxista en la ruta absurda del bacalao de los míercoles: ambulatorio-empresa-Universidad. Todo para mover un burda fotocopia por media ciudad para demostrarle al sistema que tengo cáncer y que me estoy tratando. La Seguridad Social debe de ser, a estas alturas, la única institución de España donde no saben de lo mío, por eso se lo tengo que recordar cada siete días. La parálisis burocrática de este país en la era digital es de vergüenza. La de pacientes que podría atender un médico de familia en el tiempo que dedica a tramitar formularios evidentes. Como no hay mal que por bien no venga, moverme con uno de Ourense por Santiago me aporta kilos de sabiduría popular. O frases grandiosas del tipo: “Un ourensano es el único fulano del mundo capaz de comprarse un Ferrari de gasóil”. Hay mucha idiosincrasia en semejante afirmación. Y porque la dice uno de Ourense, que si la digo yo me corren a hostias, con lo que quiero yo a Ourense y a su género humano. Nos reímos poco de nosotros mismos, con lo sano que es.
Después de la turné la mañana se complicó sanitariamente por circunstancias que no vienen al caso, pero improvisamos y salimos airosos. El final del día fue inolvidable. Asistí en el Teatro Principal a la presentación del proyecto audiovisual y literario CoraSons, me reencontré con viejos amigos como Uxía Senlle o Xosé Manuel Budiño y Carlos Blanco, enorme, acabó dedicándome el poema sanitario más bonito que ningún hombre me haya dedicado jamás. ¡Incluso firmé un autógrafo! Yo, que solo toqué las palmas. Por este tipo de detalles digo que, entre todos, conseguís que esté pasando el mejor peor momento de mi vida. Estoy fuera de hora y tengo todavía que jugar al Quimicefa con el cáncer. Así que os dejo con João Afonso, que cantó así de bien y que me recordó que estas memorias sanitarias no dejan de ser, en todo caso, una larguísima carta de amor. (la letra, después del vídeo).