Besos con abanico - Jose Luis Alvite
Cada pocos meses salta en los medios de comunicación una encuesta que pone de manifiesto algo que por lo visto sólo ignoran los autores de los dichosos sondeos: las mujeres decentes se casan con los hombres buenos, pero se enamoran de los chicos malos. Es la vieja lucha entre la carne y el prestigio, entre el placer y los modales. Las chicas monas y decentes siempre se casaron con el muchacho al que le sienta bien la ropa de tenista, pero en el fondo no le quitaron el ojo al tipo rudo y baqueteado que siempre parece que viene de peinarse a bofetadas durante un interrogatorio en comisaría. Una amiga mía que es hija de un reputado cardiólogo me confesó hace algunos años el sufrimiento que había sentdo en la duda de elegir entre el chico hervido de buena familia y aquel otro muchacho que probablemente sólo conocía la escuela por haber entrado a robar en ella. "Siempre he dudado entre la seguridad y el peligro, entre la pulcritud del farmacéutico y esa aparente falta de higiene de los fugitivos –me dijo– y la verdad es que todavía ahora, cuando llevo veinte años casada, sigo en la misma incertidumbre y me pregunto si no habría hecho mejor liándome la manta a la cabeza y yéndome a vivir con aquel muchacho. Ahora tengo experiencia y sé lo que quiero, pero ya es demasiado tarde. ¿Sabes?, estas cosas hay que decidirlas en caliente, cuando con la excusa de la juventud te puedes permitir equivocarte. No se puede ser feliz sin haber sido alguna vez imprudente".
Quise quitarle importancia a lo que sentía y le advertí que aquel muchacho probablemente habría vivido de cárcel en cárcel o habría sucumbido tiempo atrás en un tiroteo. Mi amiga retiró de mis labios el cigarrillo que yo acababa de prender, le dio una chupada, echó el humo y dijo: "Con el ruido que mete mi marido en cama al hacer el amor te juro que ni siquiera despierto yo. Me pregunto como habría sido eso con aquel muchacho. Creo que decidí con el bolsillo lo que tendría que haber decidido con el corazón. Soñaba con un orgasmo que me hiciese castañear los dientes y me he encontrado con un mioma en el útero y una placa de dentista en el portal de casa. Fui una estúpida al pensar que a su lado correría peligro. ¿Y el calor de las emociones?¿Y la excitante rudeza de aquel hombre? ¿De qué diablos nos protegemos a veces las mujeres? ¿De la masculinidad? ¿Es que queremos que nos den los besos con los labios dentro de un sobre? ¡A la mierda con eso! ¿Sabes que te digo, Alvite? Pues te digo que detrás de los fugitivos puede que vayan las fulanas, la Policía y el forense; pero detrás de los santos, querido, detrás de los santos sólo van las procesiones".