No habrá quien me quite de la cabeza que el matrimonio falla porque es una institución legal. El mayor problema radica en la administración de uno de sus ingredientes más complejos: el sexo. La condición de novios o amantes transforma el sexo en un placer a hurtadillas, mientras que el matrimonio lo convierte a menudo en un deber institucional. Suele creerse que el envejecimiento biológico le resta atractivo a las mujeres y que esa es la razón del hundimiento de su autoestima a partir de cierta edad. No cabe duda de que una mujer de sesenta años era más atractiva cuando tenía solo treinta, pero eso no significa que se haya esfumado para ella cualquier posibilidad de placer en pareja. A mi amiga M. R. le ronda la cabeza últimamente la idea de que ha superado la edad de la expectación para entrar definitivamente en la de la resignación. "Ya soy mayor. Mi juventud pasó hace tiempo. Solo me queda envejecer. Solo me falta un raspado de matriz para ser una campana", dice. Por supuesto, es sincera; y naturalmente, se equivoca. Yo le he dicho: "Una mujer puede ser joven para el amor y para el sexo, sin serlo necesariamente para el "squash". Conseguí detener un rato su claudicación, pero no fue suficiente y volvió a la carga: "Los hombres dejarán de mirarme porque a mi edad ya no me encuentran atractiva. Me mirarán como si fuese un celador de la Seguridad Social, como se mira a la grúa municipal". De nuevo, sincera; y otra vez, equivocada. "Mujeres mayores que tú resultan aún excitantes en la publicidad y en el cine. No seas contigo más dura de lo que pueda serlo tu espejo. Eres una mujer atractiva, M.R, y ese atractivo te durará más de lo que le dure su vista a los hombres que te miren. El error está en pretender que te vean como a una atleta sexual, como verían a una de esas muchachas que se preparan cada día para competir en las olimpiadas. Estás en una fase distinta". "¿Tú crees? ¿No será que me ves con buenos ojos?". En ese momento de la conversación consideré llegado el momento de mezclar el ánimo que necesitaba ella con mi deseo de resultar al mismo tiempo agradable y demoledor, como cuando el dentista te perfora una encía mientras te distrae con un inocente chiste de peces: "Estas cosas se rigen por la ley de la gravedad. Ya sabes, todo cae hacia el centro de la Tierra. Caen los aviones si les falla el motor, cae la lluvia y caen las carnes. Tienes que vivir con la idea de que tu belleza está ahora cinco centímetros más abajo que en el año 94. Y plegarte a esa realidad. Sin soberbia, sin exigencias, consciente de que si le pones pegas a todos los hombres que se te acerquen, en vez de conseguir un amante al final con la vejez solo conseguirás un conserje". "Pero eso que me dices es muy duro", protestó casi con resignación. "No es duro, cielo; es real. Tendrás que readaptar tu mente a las circunstancias, como hacen los hombres cuando descubren que hay orina en sus zapatos. No hay ningún misterio en esto. Hace diez o quince años estabas en edad de concebir un hijo; ahora si vas al ginecólogo lo más probable es que te detecte un mioma". "Ya me veo envejeciendo a solas, sin ternura, sin calor, buscando casi a tientas las gafas de leer". "No, eso no ocurrirá si reaccionas. Tienes que mentalizarte de la situación y analizar tus posibilidades. ¿Sabes, amiga?, podrías buscarte un hombre fogoso que rompiese tu cama, pero yo te aconsejo que te conformes con alguien que acierte al menos a desabrocharte el vestido y a sintonizar el canal porno en el televisor". Fue el final de la conversación. No porque el tema no diese más de sí, sino porque ella prefirió dejarlo para otro momento. Supongo que ese momento no se producirá nunca o llegará cuando mi amiga M. R. haya aceptado sin reparos que hay una edad en la que el sexo no es importante por cómo se hace, sino por cómo se cuenta. Me lo dijo hace muchos años una fulana en un burdel: "Llevo treinta años en este oficio y paso de los cincuenta. Tengo clientes de mi edad casados con mujeres mucho más atractivas que yo. ¿Sabes cuál es el secreto de que me sean más fieles a mí que a ellas? Muy sencillo: porque en cuanto al sexo ellas han convertido en una costumbre lo que ellos preferían que sólo fuese un vicio". Por eso fracasan tantos matrimonios: Porque al meterse en cama, a ella la duele la cabeza y a él no le apetece salir a comprar las aspirinas. A la fulana del burdel jamás le ha ocurrido eso, entre otras razones, porque las energías que las mujeres casadas utilizan para racionalizar el sexo, ellas las emplean para mover el culo.