Dos pamelas - José Luis Alvite
Querido Al: Vamos cayendo como moscas. Se nos echan encima la nostalgia y los años y un día descubres que tu próxima chaqueta será la pala del enterrador. Nos acecha la decrepitud. La semana pasada me invitaron a la inauguración de un hotel a las afueras de la ciudad. Se pedía ropa negra y camisa blanca. Así son las cosas, muchacho: una camisa verde fue lo más blanco que pude conseguir. A veces pienso que más vale dejarse ir hasta la inanición. Y que no vale la pena meterle nada al cuerpo. Sería un despilfarro. Darle algo a un cuerpo como el mío, maldita sea, es como guardar el ventilador en la nevera. Presiento mi deterioro en el deterioro de mi coche. Ninguno somos lo que fuimos. Nada en mi coche recuerda los viejos tiempos, cuando su motor era una pajarería y sus luces, dos pamelas amarillas en ta oscuridad. Yo entonces estaba en lo más alto de mi vigor y de mi oficio y le sacaba dos ciudades de ventaja a la patrulla de carreteras conduciendo con mi 'Buic' sobre cuatro balones de rugby. En mi cuerpo aun se presentía la víspera de la juventud. Me movía tanto que aparcaba el coche en cuatro calles a la vez. Mi revólver dejaba en el suelo un casquillo y seis colillas. Estaba en todos los ficheros e incluso me invitaban a las fiestas en comisaría para evitar que esa noche ocurriesen cosas en la ciudad. ¿Y ahora? ¿Cómo son ahora las cosas? Ahora ya no soy nadie. Y cada vez que se comete un crimen, la Policía sospecha que no fui yo. Supongo que es otra señal de mi decadencia. Y que ya es historia que en lo alto de mi escalada, era un tipo tan buscado, que el sastre me probaba los trajes con los brazos en alto. Entonces me sentía capaz de cavar una zanja para enterrar el firmamento. Y me juré que sólo lloraría para apagar la sed. He perdido fuerzas e ilusiones. Incluso me parece que fue un sueño que Ernie nos dio las señas de aquel tipo extravagante y portentoso de cuya peluquería salías con el pelo un centímetro más largo. Incluso creo que ya no sería capaz de enfrentarme a Terry como lo hice aquella noche que la encaré y le dije: "hueles bien, nena; ¿es que has cambiado de sudor?".