Aborto libre y gratuito, vale. ¿Y después? - S. MacCoy
Me supera el tema del aborto, de verdad. No sé en qué momento el hombre perdió el Manual de Instrucciones, conjunto de reglas que le configuran como tal y que le diferencian del resto de los seres vivos. Se quedó en el camino de este mal llamado progreso, que no implica avance y mejora, sino cosificación de las personas y las relaciones. Se ha perdido la capacidad de juicio, el ejercicio responsable de la libertad y la conquista de las metas a través de la voluntad. Somos más animales que nunca, instintivos que no racionales, volubles que no consistentes. Nos disfrazamos con ropajes futuristas mientras damos pasos acelerados hacia el pasado. Aferrados a la semántica, hacemos de la forma bandera para evitar entrar en el fondo de las cuestiones. El aborto es un caso paradigmático de esta regresión. Así nos va: el mundo vende felicidad imposible en corazones yermos, en almas vacías. Una sociedad deprimida compuesta de hombres tristes, dice la estadística. Semilla de la propia destrucción.
No estamos ante un debate casuístico ni de plazos, sino ante la constatación de una realidad incuestionable: el nasciturus es un ser vivo, existe físicamente desde su concepción, su corazón se forma a partir de la quinta semana de gestación y es perfectamente audible desde la octava; su proceso de formación física y mental es igual de acelerado dentro del vientre de la madre que fuera de él, más incluso en el seno materno. Un proceso que durará hasta su muerte. El debate jurídico distrae, pero no puede negar esta realidad contrastable. Persona o personalidad, valiente chorrada. Todos sin distinción hemos pasado por esta fase embrionaria para llegar donde estamos, para ser lo que somos. No hay excepción alguna. ¿En qué momento nuestra vida mereció la pena? Sería bueno que intentáramos responder a esta pregunta. ¿En qué momento el bebé es tal y no un mero conjunto de células prescindible?
En un embarazo deseado los padres imaginan desde el primer momento, desde la primera falta, cómo será el niño que está por venir. Para ellos no hay duda alguna de que es su hijo o su hija y le prodigan los mayores cuidados, convirtiéndose en una fuente de alegría y preocupación. Piensan en un nombre, multiplican las caricias, incluso le someten a experiencias sensoriales que le estimulen. Resulta chocante que aquellos que han pasado por esta experiencia sean capaces de defender alegremente que, en función de su conveniencia, el feto es una criatura igual que las nacidas por su voluntad o no. Me desborda. Podemos aferrarnos a las hojas del nabo de los supuestos más extremos, pero no estamos hablando de eso, parte ínfima de las 140.000 operaciones de este tipo que tienen lugar cada año en España, sino de laconsideración de la vida humana como algo arbitrario, sujeta su continuidad a la percepción individual y cuya terminación está protegida por el ordenamiento jurídico. Definitivamente, nos hemos vuelto locos: el mismo derecho positivo que legitimó las peores dictaduras avala ahora esta sinrazón. Aborto libre y gratuito, vale. ¿Y después?
En cualquier caso, nunca me oirán un juicio moral sobre las mujeres que, pese a todo, toman esa decisión. Como creyente que soy, sé que no me corresponde. Pero ojalá que empecemos a distinguir, de una vez por todas, lo esencial frente a lo accidental; a dar primacía a las bondades de la prevención frente a las dramáticas consecuencias de la reparación; a defender la libertad verdadera (del que sabe dónde va y elige el camino correcto) y denostar la impuesta que vincula felicidad con el tener y no con el ser; a equiparar la realidad que se ve (el niño abandonado en el contenedor, que no es persona a efectos civiles) con la que se esconde (el orfelinato de 300 nasciturus que cada día mueren en España); a no utilizar los límites de edad y las responsabilidades asociadas a los mismos de forma torticera, sino coherente. A recuperar, en definitiva, el valor del ser humano desde su concepción hasta su muerte, el inmenso depósito de riqueza que son las relaciones personales y la familia, la luminosa conciencia de que el bienestar social es la suma de la contribución individual de todos y cada uno de nosotros y del modo como contemplamos a los demás en su totalidad. Ojalá sea así.
Feliz día de Reyes, el día de los niños nacidos, a todos.