Blusa de luz - José Luis Alvite
No era la mejor noche de mi vida. Era uno de esos días en los que sabes que tus dados están en blanco. Tenía aquella noche en la sonrisa el croquis de un ahorcado. Y entonces, muchacho, entonces ocurrió ella. Fue en mi quinta copa. Ella pasó a mi lado cantando 'Don't explain'. Se llamaba Selma Jackson y tenía 35 años y un día, y yo, maldita sea, yo aquella madrugada en el 'Savoy' tenía 45 años bajo cero. Entré en calor al paso de aquella mujer. ¡Dios Santo!, sentí que el sudor borraba mis manos. Su rostro era una blusa de luz abrochada con dos portentosos ojos azules. No me lo vais a creer pero juraría que en la sonrisa de Selma Jackson había carta de Dios. Tenía una de esas hermosas miradas en las que anochece nada más amanecer. Fue hace mucho tiempo, muchacho. Aquella noche bailé con ella. No había conocido nada igual. Selma Jackson era la clase de mujer por la que un hombre se vuelve loco aunque sólo sea para decir que rompió con ella. Recuerdo que al bailar su vestido le novelaba el cuerpo. Pasaron años de aquello, muchacho, pero recuerdo que nos perdimos entre la taiga del baile. Y que al amanecer, de Selma Jackson quedaba el lenocinio de una colilla suya entre las mías. Dijo que se ausentaba al tocador y no volvió a mi lado. Dijeron que la vieron irse calle abajo, inaugurando la niebla, pisando a cántaros, como una baza de nailon. Anoche recordé a Selma en el 'Savoy'. Le dije al barman que me pusiese directamente la quinta copa. Pero no ocurrió nada. Al final me quedé a solas con Larry el pianista. Y Larry me regaló al piano el miriñaque de las notas de 'Don't explain'. Y mientras el barman entornaba las tulipas, Larry echó a andar por el piano la propina de los pasos de Selma Jackson. Tenía 35 años y un día. Y la noche que la conocí en el club, te juro, amigo mío, que fue como si hubiésemos bailado por escrito. Dicen que Selma Jackson dejó en la niebla una mancha de luz. También sé que dejó en mi cuerpo la cicatriz del suyo. Y el caso es que no sé qué fue de ella. Ni de mí.