Sermones con dos rombos - David Torres
Chesterton confesaba que se convirtió al catolicismo el día en que entró en una iglesia católica y oyó un sermón tan pésimo que no le cupo duda: una religión que había subsistido veinte siglos con semejantes pastores al frente del rebaño tenía que ser verdadera por cojones. Llega a estar Chesterton la otra tarde en la iglesia de Canena en Jaén y va corriendo a La Meca a hacerse musulmán (y aun tendría suerte, que llega a oír un discurso de Rouco Varela y se hace budista, vegetariano y frutero). Al fin y al cabo, la historia de la literatura está llena de estas esquinas insospechadas.
Hablando de historia y de literatura, el párroco de Canena estaba celebrando una comunión cuando vio el templo lleno de fieles, se vino arriba y el espíritu santo empezó a largar por su boca. El buen hombre resumió la decadencia de la civilización hispánica con la reseña de una película de Tarantino: “Hay más crímenes, más violencia, hay más droga, hay más asesinatos, hay más violencia de género. Hay más de todo y cosas así”. Esta última frase es para que la glose Punset entre dos rebanadas de pan Bimbo: “Hay más de todo y cosas así”. Parece que no, pero pronunciada con acento catalán queda más seria.
A lo que se refería esta criatura del Señor es que hace tres décadas los españoles éramos más cristianos. Nos emborrachábamos, regresábamos a casa y le pegábamos una somanta de palos a la señora, vale, pero de ahí no pasábamos. No se nos iba la mano, como ahora. Había otra formalidad, en los periódicos, en la televisión y en el cine. Lo más que podía pasar entonces, como mucho, es que inaugurasen un pantano o que un niño se perdiera en Nochebuena en la plaza Mayor y el abuelo se desgañitara llamándolo a voces: “¡Chencho, Chencho!” Al final el pantano se ponía firmes, como era su obligación, y el niño aparecía, aunque tardaba un poco más si era recién nacido y lo habían rifado unas monjas.
España era una sociedad de dos rombos, los que colgaban en una arista del televisor para avisar de que en cualquier momento, en lugar de los rombos, iban a colgar dos tetas, dos estetas o dos metralletas. Ahora salen las tetas sin avisar, hala, pezones que te crió; ahora no hay límite, tampoco hay urbanidad ni religión, y la gente vive a hostia limpia, como si estuvieran en medio de una película de Tarantino, siempre a la espera de un cura que se presente a la puerta: “Soy el señor Lobo, soluciono problemas”. El párroco no lo dijo pero de su discurso se desprende no sólo que ahora los hombres son más inmorales y violentos, sino que las mujeres de antes duraban más, tenían otro aguante. Eran como los Seiscientos de la época, más bajitas y más redondas, no corrían mucho pero te llevaban a cualquier parte, si hacía falta a cuestas con los niños, el perro y la suegra. No se quejaban, apenas gastaban combustible y te aguantaban toda la vida y las hostias que hicieran falta. De los niños de antes el párroco no habló, pero algunos comulgaban cinco veces al día.