Milagro - Manuel Vicent
Cada vez el Vaticano abarata más los milagros que se necesitan para ser santo. Hoy te pueden beatificar por haber curado una jaqueca o un panadizo a una monja, incluso por pasarte una estampa por un juanete y notar cierta mejoría. Milagros, los de antes. Hubo un tiempo en que era imposible subir a los altares si el futuro santo no realizaba un prodigio espectacular, público y notorio, que asombrara a los fieles, por ejemplo, que te creciera una pierna nueva si te la habían cortado con una sierra o que un mudo se destapara cantando un corrido después de haber hecho gárgaras con agua bendita. Encima, los milagros había que realizarlos en vida. Mi paisano San Vicente Ferrer era un superdotado en este oficio. En una ocasión tenía que ir a predicar a Morella y sus heraldos le precedieron para advertir a la familia encargada de hospedarlo de que el santo era de buen diente y había que ofrecerle para comer lo mejor de la casa. Lo mejor de la casa era un niño de pocos meses. A la hora del banquete le fue presentado el bebé asado como un cochinillo en una cazuela. Vicente Ferrer se conmovió ante semejante devoción y no tuvo más remedio que resucitarlo. Sus prodigios causaban tantos problemas de orden público que el obispo le prohibió hacer más milagros, pero un día el santo caminaba por el barrio del Carmen de Valencia y vio que un albañil se estaba cayendo desde un tejado. ¡Párate ahí!— le gritó. El albañil quedó suspendido en el aire. Vicente Ferrer fue a pedirle permiso al obispo y una vez conseguido el visto bueno, hizo que el albañil aterrizara suavemente en la acera ante el pasmo de la gente. Recientemente han sido canonizados Juan XXIII y Juan Pablo II, dos papas antitéticos, cuyos prodigios no han ido más allá de sanar alguna fístula. Pero el surrealismo del santoral ha cogido una mala deriva, porque en octubre se va a beatificar a Pablo VI, a quien se le atribuye el milagro de haber curado el feto mal formado de una mujer californiana, que después de invocarle, dio a luz a un niño lindo y sonrosado. Este hipotético prodigio ya tiene una pérfida connotación ideológica de propaganda antiabortista. Pero el argumento es maléfico. De hecho, se da por supuesto que un feto malformado para nacer sano y salvo necesita siempre un gran milagro.