Orgullo friki - David Torres
Ya que a Pablo Iglesias no se le puede medir por la calidad de sus enemigos, de momento habrá que medirlo por la cantidad. Le han salido docenas de ellos, desde las madrigueras de la derecha y de la izquierda (es un decir), que le acusan de todos los delitos habidos y por haber: populismo, violencia verbal, futura organización de checas, clasismo, comunismo, contactos con Venezuela, contactos con Cuba, contactos con Corea del Norte, parecido con Hitler, parecido con Jesucristo, parecido con el Che, parecido con Charles Manson, promesas electorales falsas, demasiada juventud, demasiado entusiasmo, inexperiencia, ignorancia, ingenuidad, malicia, idealismo, pragmatismo. Hay incluso quien le ha llamado intelectual, el lastre definitivo para una carrera política en un país donde ha triunfado un presidente incapaz de descifrar su propia letra.
Reconozcamos que el chaval estaba predestinado a liarla desde el nombre y el apellido; pero cuando se dejó la coleta y apareció por esas televisiones de Dios sin corbata y con dos o tres botones de la camisa desabrochada, enseñando la nónima, fue el no va más. Todavía es pronto para saber si Pablo Iglesias es el Mesías o es Brian, pero de momento ha pasado con nota la prueba de Johnatan Swift: todos los necios se han conjurado contra él. Una de las más vehementes en lanzarse al despellejamiento ha sido Rosa Díez, Rosa de España, la señora heliocéntrica que se fue del PSOE porque no podía soportar que el partido no girase en torno a su ombligo, y lo ha hecho en plan gorgona al grito de “¡populismo!”. Lo cual, viniendo de Rosa Díez, es como si Paris Hilton acusara a Catherine Deneuve de ser rubia de bote. Hasta Felipe González ha abandonado por una tarde el cultivo de bonsáis para sumarse al linchamiento.
Con todo, la acusación más grave ha venido por parte de Pedro Arriola, sociólogo, ideólogo y gurú intelectual del PP, quien ha tachado a Iglesias y sus seguidores de frikis; un cargo que más valdría tener en cuenta, porque, exceptuando a Cárdenas, si hay un experto nacional en frikis, ese es Arriola. Al genio de Arriola se le atribuye el eslogan más exitoso de Aznar, aquel inolvidable “Váyase, señor González”, que Jose Mari repetía una y otra vez, cada vez más deprisa, con la cadencia latina de Catón recomendando al Senado romano la destrucción de Cartago. De hecho, es tan pegadizo que Aznar todavía lo utiliza mientras hace abdominales, alternándolo con el “mire usté”. También fue invención suya la niña de Rajoy, aquella criaturita desvalida de los chuches con la que Mariano se terminó de crucificar en el debate televisivo ante Zapatero y que hoy medra en las filas del PP sin necesidad de estudios ni de idiomas, no como esos frikis de Podemos, que casi todos vienen de la Universidad.
Arriola, casado con Celia Villalobos, de otra cosa no, pero de sociología y de frikis sabe lo que no está escrito. Sólo desde el frikismo más contumaz puede entenderse un ejecutivo plagado de Cospedales, Montoros, Fátimas y Gallardones, un ministro que condecora a la Virgen o una ministra a la que le crecen los deportivos en el garaje. Por lo demás, es lógico el nerviosismo en las filas, casi siempre prietas, de un hábitat político cuyas únicas opciones hasta la fecha han sido la extrema derecha y la pared. Como dice mi gurú particular, el poeta Alvaro Muñoz Robledano: “La democracia es el sistema por el cual el pueblo elige libremente a sus representantes del PP”.