Dentadura postiza - José Luis Alvite
Aunque hay personas que se distraen si se les habla durante el acto sexual, por lo general el diálogo es un factor estimulante que a veces incluso contribuye a paliar las posibles deficiencias técnicas. A veces el placer del sexo aumenta considerablemente si al mismo tiempo que lo haces, también lo escuchas. El problema surge cuando interviene el pudor y uno se retrae de llamarle a las cosas por su nombre. Hombres y mujeres que vencen su resistencia al empleo de recursos que antes les producían repulsión, al final se encuentran con que son capaces de hacer con la boca cosas que, sin embargo, no se atreven a pronunciar. Su conciencia le permite cosas que les repudia la fonética. Por muy agradables que les resulten, y aunque practiquen las técnicas que conducen a ellos, hay placeres que muchas personas consideran impronunciables. Una veterana prostituta me contó de madrugada en un garito que a muchos de sus clientes lo que más les excitaba era lo desatada que ella tenía la lengua para llamarle a las cosas por su nombre. «Aquí todo el mundo sabe que el pene es lo que los hombres llevan al urólogo. Pero también saben que lo que les arrastra hasta nosotras no se llama exactamente así». Una vieja amiga mía que lleva años separada de su segundo marido me contó de madrugada en El Corzo que en parte sus fracasos matrimoniales se habían debido a una insalvable falta de naturalidad expresiva durante los encuentros sexuales en pareja. «Yo no podía aceptar que lo que el me hacía con la boca no se pronunciase sólo en latín y a él se le hacía cuesta arriba entender que lo que yo le hacía a él con la mía fuese algo más grosero que la postura de tocar el oboe», me comentó al explicarme lo ocurrido con su segundo marido, un veterano músico de conservatorio. ¿Problemas de conciencia?¿Simple asco?¿Dificultades estomacales para traducir el placer a explícitos y repulsivos términos vulgares? Estas cosas nunca tienen una sola respuesta. Sin embargo, yo creo que iba bien encaminada la fulana del burdel la noche que me dijo: «Yo sentía asco en este oficio hasta que conseguí poner mi conciencia al servicio de mis intereses. Joder, cielo, a veces los matrimonios salen mal por culpa de que les produce pudor pronunciar algo que sin embargo no les da asco comer. ¡Demonios!, si hiciesen con la boca lo que hice yo con la conciencia, pronunciarían con claridad lo que hacen y dormirían tan tranquilos como si del atrevimiento de pronunciar la mayor grosería la culpa la tuviese la dentadura postiza».