Camino de Santiago - José Luis Alvite
No digo que mi ciudad sea un ejemplo único, pero no conozco otro caso en el que un lugar haya prosperado gracias a la facilidad con la que sus vecinos se desentienden de él. Ni el alcalde de Santiago es compostelano ni lo son tampoco el rector de su universidad o el jefe de su arzobispado. Sus principales valedores han sido siempre personas nacidas en otros lugares que se sintieron atraídos por una ciudad singular en la que yo creo que los ciudadanos no eligen a sus representantes políticos porque esperen algo positivo de ellos, sino por el placer de castigarlos a gobernar un Ayuntamiento en el que los concejales tienen desde siempre menos peso que la Historia. Compostela no le debe su condición de capital de Galicia al esfuerzo de sus vecinos, sino a que Vigo jugó en su favor cuando A Coruña se propuso alzarse con el privilegio. En una ciudad con un peso industrial casi irrelevante cuya universidad ha sido diversificada en una absurda metástasis por el resto de Galicia, lo que determina su prosperidad económica es el mito de una presencia apostólica que algunos irresponsables intentan cuestionar. Miles de peregrinos llegan este verano cada día a Compostela movilizados por la fe cristiana, por la curiosidad o porque el médico les ha dicho que el Camino de Santiago es bueno para la circulación. Los restaurantes están repletos, los hoteles apenas ofrecen vacantes y las colas para acceder a la catedral por la Puerta Santa superan a las que se recuerdan para ver a Ray Charles en la misma plaza de Platerías. ¿Está realmente el Apóstol Santiago enterrado en Compostela? Yo no lo sé, ni me importa. No se trata de una cuestión de fe. El Apóstol se ha convertido en un personaje rentable, en un magnífico negocio sin riesgos. Por mucho que les pese a ciertos sectores del nacionalismo, la del Apóstol es la única industria que no acusa la crisis ni está en recesión. Ninguna estrella del rock tiene tanto gancho. Bruce Springsteen reunió recientemente a treinta mil personas en Monte do Gozo, pero el Apóstol consigue cifras superiores sin necesidad de salir del camerino. En noviembre vendrá el Papa a Compostela y seguramente se postrará de rodillas ante la urna de plata en la que se supone que reposan los restos del Apóstol Santiago. Supongo que no hará preguntas al respecto. No es bueno que la certeza destruya los sueños. Puede que las que se custodian en la cripta catedralicia no sean las cenizas del Apóstol, pero eso importa tan poco como a sus devotas admiradores les importaba hace años el rumor de que el pelo de Frank Sinatra era un bisoñé. Yo desconfío de que hacer el Camino de Santiago sea indispensable para reafirmar la fe en Dios, pero no dudo de que sea bueno para las varices.