Pepiño en Trinconia - Emilio Campmany
Ya nadie se hace cruces ante los escándalos de corrupción. No sólo hemos perdido la capacidad de asombro, también la de llevar la cuenta de los millones que afanan. No es que nos dé igual, es que estamos resignados. ¿No han escuchado el argumento de que en Francia también hay muchísima corrupción y sin embargo ahí los tienen, mandando en la ONU, la UE y el FMI? ¿No les han soltado ese otro que dice que corrupción hay en todas partes y que lo importante es que el sistema descubra a los culpables? ¿Y no han oído a algún simpatizante socialista reconocer que roban todos pero que los de izquierdas son mejores porque defienden a los pobres? ¿O a un votante del PP presumir de que los suyos roban menos porque tienen una profesión a la que volver cuando dejen la política?
No sé. A lo mejor es que somos así y qué le vamos a hacer. Sin embargo, mientras la mayoría se va rindiendo asumiendo lo que hay, surgen momentos memorables. El escándalo de Adif a cuenta de la construcción del AVE en Cataluña ha sacado a la luz pública un trinque montado en la época de Zapatero que se ha prolongado desde 2008 hasta 2012. Y le han preguntado a Pepiño, que fue ministro de Fomento de 2009 a 2011. ¿Y qué ha contestado el campeón? Pues así, a bote pronto, que a él que le registren y que le vayan a pedir responsabilidades a la ministra que había antes. El argumento podría mal que bien sostenerse sobre la propia inepcia, que es lo que explicaría que no se hubiera enterado de nada de lo que ocurría en el departamento. Pero entonces Pepiño se dio cuenta de que su antecesora no fue otra que la gran Maleni, tan socialista como él. Y como es hombre de buen fondo, sintió de inmediato un impulso desde las entrañas y se puso a buscar responsabilidades donde por fuerza tenía que haberlas, en el PP. Y entonces dijo eso tan genial de puro sencillo de que no sólo tendrá que ser responsable la ministra que le antecedió sino la que le sucedió, pero no él, que sólo estuvo en el medio. Se trata como ven de una nueva brillantísima teoría acerca de la responsabilidad política de los casos de corrupción. Según ella, la reclamación ha de hacerse a los que fueran responsables en el momento de montarse el trinque y en el de descubrirse, pero nunca al que mandara entre medias, que en este caso da la casualidad de que fue precisamente Pepiño.
Ya que no nos quedan lágrimas con las que llorar, ni cólera con la que indignarnos, disfrutemos al menos de esta impagable creatividad que todos los días nos regalan nuestros políticos. Y admiremos con asombro la belleza de sus rostros esculpidos en el más duro de los granitos.