Las crías del sol - José Luis Alvite
Nunca me gustaron las películas con niños que razonan como sus padres o con perros que discurren más que sus amos. En cambio, raras veces me he sentido defraudado por una de esas películas en las que aparece a menudo la lluvia. A la mayoría de mis amigas no les hace mucha gracia que llueva y prefieren el clima seco y soleado. Poco importa que yo me esfuerce en advertirles de que la lluvia fue la inspiración de numerosas novelas inmortales y de no pocas de las mejores composiciones musicales. Se conmueven al recordar a Clint Eastwood desencantado bajo un aguacero mientras aguarda la decisión que Meryl Streep no se decide a tomar en «Los puentes de Madison», y quienes vieron «La leyenda de la ciudad sin nombre» no olvidaron jamás la voz catarral de Lee Marvin cantando «Estrella errante» mientras camina con amargura sobre el lodo causado por la lluvia torrencial... pero al final cierran los ojos y piensan en el rayito de sol que abre juntos los instintos y las flores en las ventanas del sur. Al final me veo en el compromiso de reconocer que un geranio es mejor que un catarro y acepto a regañadientes que el sol desata emociones que de otro modo sería difícil sentir. Al fin y al cabo, mi devoción por los pintores impresionistas es el obvio reconocimiento de la influencia del sol para desencadenar esos impulsos fisiológicos, existenciales, botánicos, que raras veces emergen con la lluvia. Luego reflexiono y pienso que muchos de esos pintores retrataron la luz del sol recluidos sin medios de subsistencia en oscuras habitaciones en las que incluso chorreaba en las bombillas el agua silvestre que gateaba invertebrada en el tejado. A mí me gustan las mujeres destempladas y las películas con lluvia, aunque no me importa reconocer que mientras corre el agua por los cristales de la ventana presiento en el anonimato entumecido de mi mano una de esas frases en las que medra, como un hiedra en llamas, la silueta de una mujer caliente con un ovario desovando las crías del sol en la calima de cada ojo. Entonces detengo la mano, recapacito y llego a la conclusión de que el sol y la lluvia son lo de menos si en un momento dado uno cierra los ojos y se siente capaz de imaginar a una mujer en cuya silueta arde como lava azul la lluvia mientras en la chimenea cuajan como hielo rojo las brasas de la leña y se desploma destemplado el esqueleto del fuego.