Cumpleaños - José Luis Alvite
Ayer cumplí años. Es algo que nos ocurre a todos sin remedio y no puede decirse que nos coja desprevenidos. No es que me importe mucho la edad que cumplo. Tengo una buena salud y a mi cuerpo aún le ocurren cosas que producen placer y dejan manchas. Ha pasado mucho tiempo desde que descubrí los placeres y sin embargo aún estoy en condiciones de confundir la sensatez con la conveniencia y de tomar decisiones moralmente reprobables. La única sospecha de tumor me asustó hace algunos años y recuerdo que la curé con saliva y un poco de jabón. Aún puedo cenar cualquier cosa a deshora en un restaurante con la seguridad de que en el peor de los casos sólo me hará daño la factura. Aunque parezca una estupidez lo cierto es que las últimas veces que subí al piso de una mujer madura, me consta que su alma me interesó mucho más que el interior de su nevera. Sé que no soy el tipo insensato y algo alocado de hace sólo algunos años, pero todavía me tienta asomarme en coche a los barrancos y hacerles caso a las señales de tráfico sólo cuando las veo de espaldas en el retrovisor del coche. Aún creo que la vida es, en cierto modo, más hermosa si de paso que la vives corres el riesgo cierto de perderla. Que duerma más que hace algunos años no significa en absoluto que le busque un sentido nuevo a mi existencia o que tema desfallecer. Todavía puedo pedirle al cuerpo esfuerzos que acaso no le habría pedido a mi caballo. Como me tienta el riesgo, me gusta conducir con sueño. Detesto la cama y no sé de ningún extraño que me haya visto alguna vez en pijama. Todavía me puedo permitir la insensatez de creer que mis mejores sueños habrían pasado de largo en el caso de haberme quedado dormido. En realidad nunca esperé grandes cosas de mí y a veces pienso que ya que no podría haber hecho mucho para decidir mi vida, al menos nadie podría privarme de influir decisivamente en mi muerte. Tranquiliza mucho ser lo bastante idiota como para creer que la vida consiste en pasar el rato hasta que tengas la misma edad que tu cadáver. Uno se hace mayor cundo se entera de que ya se murió su pediatra y sabe que a partir de ese momento su conciencia le va a reprochar menos cosas que las que le rechace su estómago. No he hecho grandes conquistas en los años que he vivido, pero todavía a veces me desvela el sueño y salgo en coche de madrugada a la carretera persuadido de que, como en los viejos tiempos, en mi caso la muerte sólo sería la primera señora que sin remedio me diese mal dormir.