Indecisión con catarro - José Luis Alvite
Me cuesta mucho emprender cosas nuevas, tanto como me cuesta luego renunciar a ellas cuando ya están en marcha. Esa falta de decisión me ha acompañado casi a lo largo de toda mi vida. Así como es la ausencia de voluntad lo que me desaconseja los cambios, le debo a la pereza mi incapacidad para renunciar a ellos una vez decidí adoptarlos. Dicen que eso refleja falta de carácter y puede que sea verdad. Aunque ahora mi actitud es distinta, desde luego debo reconocer que siempre me ha costado mucho negarme a lo que se me propone, no porque sea obediente, sino porque me parece que sería un desaire no aceptar las sugerencias que se me hacen. En una ocasión el director del diario «El Correo Gallego» me envió a hacer un reportaje de entretiempo en la estación de trenes de Compostela. Conocí allí a una atractiva muchacha puertorriqueña que tomaba un ferrobús para ir a Vigo. Yo no tenía motivo para subirme a aquel tren, pero lo hice porque estábamos hablando en el andén y no me atreví a dejarla con la palabra en la boca. Para no desairarla, le dije que también yo iba a Vigo. Al llegar a destino, en un angustiado arranque de voluntad me desentendí de ella con la excusa de ir a las letrinas de Renfe y esperé luego a tomar un tren de regreso a Compostela. Era tan tarde cuando me incorporé a la redacción, que mi jefe me sugirió que para ganar tiempo escribiese directamente el reportaje en el quiosco. Yo me senté a escribir a toda máquina y en riguroso silencio mientras pensaba en lo afortunado que había sido al dar con aquella muchacha puertorriqueña y perder el tiempo en un innecesario viaje a Vigo. Aún ahora pienso qué habría sido de mi vida si aquella muchacha en vez de viajar hacia el sur tuviese decidido atracar el Banco de Vizcaya. Ahora ya no soy como entonces y tengo las cosas algo más claras. De todos modos, aún creo que en caso de conflicto armado, mi decisión de entrar en combate la tomaría tan tarde que sólo serviría para prolongar la guerra. Al poco de iniciarme en la mala vida, me dijo de madrugada una fulana en un garito: «No pierdas el tiempo en doblar la ropa, encanto. Porque si tardas en decidirte, cuando lo hagamos tú tendrás un orgasmo y yo cogeré un catarro».