viernes, 2 de mayo de 2014

Autorretrato con poca luz - José Luis Alvite

Autorretrato con poca luz - José Luis Alvite

Siempre me gustaron las comidas picantes, los vicios nocivos y las mujeres malas. Nunca me movió el deseo de enriquecerme y tampoco la esperanza de que alguien me siguiese por amor hasta la muerte. No he sufrido un solo fracaso del que siguiese mucho rato arrodillado, ni un éxito del que no haya podido reponerme. No habría podido tener otros padres que me quisiesen tanto, pero que yo recuerde, por razones que tal vez prefiera no averiguar, en el fondo de mi alma siempre quise ser un hombre falto de cariño. Tampoco me importa reconocer que gracias a haberme acostumbrado a ciertos niveles de fracaso, la tristeza me ha sentado siempre mejor que la ropa. Le debo a las comidas picantes mi vieja facilidad para no pestañear; a los vicios, la suerte de haber estropeado tan bien la voz que a veces tengo la vanidosa sensación de haber trasnochado treinta años en el ambigú del conservatorio; y en cuanto a las mujeres malas, bueno, digamos que a las mujeres malas les debo la valiosa e impagable oportunidad de haber acumulado esa clase de recuerdos que en los tipos como yo son más resistentes que la conciencia y suelen durar más que la memoria. En cuanto al dinero, la vida me enseñó que sobre todo es interesante disponer del suficiente para parecer sincero al jurar que no lo necesitas. Tengo paciencia y sin embargo me angustia todo el rato la sensación de haberme pasado la vida sentado en la punta de una silla de montar echada deprisa y corriendo sobre el lomo de un caballo muerto. A pesar de no haber ido a muchas partes, mi existencia ha sido fugaz e inexorable, sin importar que apenas me moviese del sitio, testigo desencantado y estoico de una vida que a mí me parecía que no me reservaría un solo aliciente que a la postre no sirviese para otra cosa que para desmotivarme, como si en cada fiesta de cumpleaños tratase inútilmente de prender las velas debajo de la lluvia, ilusionado y contradictorio, como un aviador vestido de buzo. Esa extraña combinación de entusiasmo y desencanto arraigó durante años en mi carácter, se convirtió luego en una manera de ser y desistí de cambiar cuando consideré que al relacionarme con una fulana de paso ni siquiera sería necesariamente malo bostezar en sus besos y llorar por otra mujer en el orgasmo. Pensaba que la mala conciencia era algo que sobrevenía como un defecto del entusiasmo o por culpa de no haber olvidado a tiempo las antiguallas morales del catecismo. Sabía que no tendría nada que reprocharme mientras hiciese daño de buena fe o si por culpa de correr demasiado mis pies se metiesen a ciegas en los zapatos de un paralítico. Aprendí muy pronto a dormir con los ojos por fuera de los párpados, desvelado por el sueño. Sospechaba que moriría joven y que por eso era mejor apurar las sensaciones, consumiendo la salud con generosa tenacidad y sin pérdida de tiempo, evitando incluso la natural tentación de dejar el día de mañana para el día siguiente. Y la verdad es que todavía ahora, al cabo de los años y después de no pocas decepciones y escarmientos, aun ahora, amigo mío, aun ahora tengo la esperanza de sobrevivir, sin demasiado fe y sin excesiva amargura, a las comidas picantes, a los vicios nocivos y a las mujeres malas, tal vez porque arrastro desde niño la idea de que ni me aburriría jamás de las cosas cuyo reiterativo placer me arrastrase al tedio, ni sería nunca lo bastante idiota como para morirme de algo que me dejase mal sabor de boca, abatido sin miramientos por una enfermedad que ni siquiera supiese pronunciar. jose.luis.alvite@telefonica.net