miércoles, 4 de junio de 2014

Juegos de palabras - Amando de Miguel

Juegos de palabras - Amando de Miguel
No hay nada más divertido que jugar con las palabras: todos ganan. José Luis García-Valdecantos recuerda que la polisemia, ese gran entretenimiento, también alcanza al inglés. Así, el famoso cuento El asno de oro, de Apuleyo, no se tradujo como donkey sino como ass, que parece más culto, pero que también indica el trasero. Añade don José Luis que una cosa es la polisemia y otra la invención caprichosa de nuevos significados. Aduce este titular de El Mundo: "No se ha producido la abstención que preconizaban las encuestas". (De paso digo que en esta misma página, antes de las elecciones, yo advertí que podía darse el caso de la "profecía autoderrotante" y que la abstención no caería como se venía diciendo). ¡Con lo fácil que hubiera sido escribir que las encuestas pronosticaban, predecían, preveían o auguraban! Cierto es, las encuestas no pueden preconizar nada. Aunque a veces preconizan o encomian indirectamente cuando se levantan para agradar al cliente o al medio donde se publican.
David Sequeira hace un loable ejercicio de imaginación al utilizar las repeticiones como motivo retórico. Así, "vivir la vida, sentir un sentimiento, aprender el aprendizaje, recordar el recuerdo". Añado que es ingenioso el ingeniero o socialista el sociólogo.
Dionisio Pérez-Villar me cuenta su entrevista con una alta directiva japonesa en Edimburgo, que hablaba perfectamente el español. Queriendo ser cortés, don Dionisio le dijo que hablaba un castellano estupendo. La japonesa se sorprendió: "¿Castellano? No, yo hablo español". En efecto, muchos extranjeros han aprendido el español, del cual el castellano es sólo un rincón en el mundo. Octavio Paz decía que él hablaba español, pero le costaba pronunciar el castellano, es decir, el español de una parte de España.
Luis Cáceres, a propósito de los "cuartos de baño sin baño", amplía la lista: "caballeros sin caballo, mecheros sin mecha, braseros sin brasas, neveras sin nieve, plumeros sin plumas, plumillas sin pluma". Es una estupenda ilustración de cómo las palabras se desprenden de la imagen original y adquieren vida propia. Se podrían añadir muchas más: coches sin caballos, cafés sin cafeína, profesores que no profesan, tejados sin tejas, carteras sin cartas, bomberos sin bombas.
Ignacio Frías me recuerda la riqueza léxica de las letrinas: "trono, retrete, excusado, garita, jardín, tigre, ciento, felipe". (Las dos últimas versiones son de Cataluña, por la guerra de 1714). Se podría añadir: aseo, servicios, lavabo, wáter, urinario, evacuatorio, w.c.
José Antonio Martínez Pons observa la vieja costumbre de que las mujeres, cuando están en un local público, "suelen ir al baño de dos en dos". Es una constante atávica. Cuando no había agua corriente y las mujeres tenían que salir al corral a hacer sus necesidades, lo prudente era ir de dos en dos. Así, una vigilaba y la otra evacuaba. No es una situación demasiado antigua. Yo la he visto cuando era pequeño.

Jesús Laínz arremete irónicamente contra mi delirio de reivindicar el gentilicio de españuelo. Su desahogo consiste en proponer una alternativa: expañol. Y ya de paso añade: "De esa España sodomizada y residual también me querré separar. Reclamo mi condición de kántabru, y la anchoa será mi escudo". Supongo que quiere decir que la humilde anchoa será su animal totémico.