Horario de trenes - José Luis Alvite
Querida Paloma Pedrero:
Fue hace más de seis años y aún tengo fresco el recuerdo de aquella columna tuya a la que me aferré para salvar la piel en un momento de mi vida en el que la muerte era la única mujer que me atraía. A veces me ponía frente al espejo y me veía sólo la nuca, como si yo mismo me hubiese vuelto adrede la espalda. El mío era por entonces el viaje emocional de alguien desquiciado cuya idea de la liberación era irse en globo al centro de la Tierra. Me había hecho con un horario de trenes y sólo era cuestión de elegir el lugar en el que acostarme en las vías mientras imaginaba a los míos recogiendo en sacas el contrabando de lo que quedase de mí. Había redactado una nota pensando en explicar los motivos por los que me suicidaba, Paloma, pero la rompí porque pensé que con mi mala letra seguramente se entenderían mejor los pedazos de papel. Por lo demás, estaba seguro de que mi muerte en aquellas circunstancias le importaría muy poco a la gente y sólo habría sido tratada en la prensa local como el motivo rutinario de un pequeño retraso en el tren. Fue entonces cuando leí aquella columna tuya, querida Paloma, y decidí darme una tregua y esperar el paso a deshora de otros trenes. Conservo todavía aquel horario del ferrocarril y nunca se fueron del todo mis ganas de morir, pero, ¿sabes, amiga?, tengo también a mano tus ojos y tus palabras, tu generosa amistad y el suficiente sentido común para darme cuenta de que la muerte es un esfuerzo baldío, tedio todo el rato y una mala postura para mucho tiempo. Llueve a cántaros y truena sobre Compostela, las nubes van tan bajas que vuelven musgo el fuego y en mis manos cansadas es más tarde que en mis ojos insomnes, pero releo tus cosas, Paloma, y me digo a mí mismo que mientras haya alguna posibilidad de sonreír aunque sea sin motivo, no tendrá sentido que me quite la vida sin estar yo de pie al lado de las vías para identificar con seguridad los restos apócrifos de mi cadáver. Gracias a ti, Paloma, ahora tengo claro que lo mejor para suicidarme será que me haga con un horario de los trenes que por suerte ya pasaron. Además, querida amiga, he llevado una vida muy confusa y no quiero que haya peleas para no aparecer en mi esquela.
Fue hace más de seis años y aún tengo fresco el recuerdo de aquella columna tuya a la que me aferré para salvar la piel en un momento de mi vida en el que la muerte era la única mujer que me atraía. A veces me ponía frente al espejo y me veía sólo la nuca, como si yo mismo me hubiese vuelto adrede la espalda. El mío era por entonces el viaje emocional de alguien desquiciado cuya idea de la liberación era irse en globo al centro de la Tierra. Me había hecho con un horario de trenes y sólo era cuestión de elegir el lugar en el que acostarme en las vías mientras imaginaba a los míos recogiendo en sacas el contrabando de lo que quedase de mí. Había redactado una nota pensando en explicar los motivos por los que me suicidaba, Paloma, pero la rompí porque pensé que con mi mala letra seguramente se entenderían mejor los pedazos de papel. Por lo demás, estaba seguro de que mi muerte en aquellas circunstancias le importaría muy poco a la gente y sólo habría sido tratada en la prensa local como el motivo rutinario de un pequeño retraso en el tren. Fue entonces cuando leí aquella columna tuya, querida Paloma, y decidí darme una tregua y esperar el paso a deshora de otros trenes. Conservo todavía aquel horario del ferrocarril y nunca se fueron del todo mis ganas de morir, pero, ¿sabes, amiga?, tengo también a mano tus ojos y tus palabras, tu generosa amistad y el suficiente sentido común para darme cuenta de que la muerte es un esfuerzo baldío, tedio todo el rato y una mala postura para mucho tiempo. Llueve a cántaros y truena sobre Compostela, las nubes van tan bajas que vuelven musgo el fuego y en mis manos cansadas es más tarde que en mis ojos insomnes, pero releo tus cosas, Paloma, y me digo a mí mismo que mientras haya alguna posibilidad de sonreír aunque sea sin motivo, no tendrá sentido que me quite la vida sin estar yo de pie al lado de las vías para identificar con seguridad los restos apócrifos de mi cadáver. Gracias a ti, Paloma, ahora tengo claro que lo mejor para suicidarme será que me haga con un horario de los trenes que por suerte ya pasaron. Además, querida amiga, he llevado una vida muy confusa y no quiero que haya peleas para no aparecer en mi esquela.