Cosas de pareja - José Luis Alvite
Si todo el mundo se casa enamorado y a pesar de eso al cabo de algún tiempo empiezan las deslealtades y los engaños, será, supongo, porque al menos uno de los dos no está a gusto en la pareja. En alguna parte acabo de leer un trabajo estadístico que revela que más de dos tercios de las mujeres españolas casadas están satisfechas de su vida sexual. Si por otra parte, un segundo estudio advierte que la mayoría de los hombres casados no son felices en sus relaciones íntimas de pareja, ¿qué habré de entender? Solución A: que ellas mienten; solución B: que mienten ellos; solución C: que para ellas la satisfacción sexual consiste en no verse en el apuro de tener sexo gracias a que sus parejas ya no las desean. Por supuesto, cabe en esto toda clase de elucubraciones. Por ejemplo, es fácil observar que muchos matrimonios funcionan bien gracias a la facilidad con la que en cama cada uno acepta el rechazo del otro, aunque luego de cara a la galería hagan circular una versión distinta. Yo creo que muchas parejas son sexualmente felices gracias a que lo mal que lo pasan en cama se compensa con lo bien que mienten al contarlo. Hay quien sostiene que en matrimonios de más de diez años el nivel de satisfacción sexual en la pareja sólo es ligeramente superior al que sentirían si les ardiese la cama. Algunos teóricos en la materia consideran que más allá de tres o cuatro años de convivencia es difícil sostener sinceramente los niveles de excitación iniciales. En una línea parecida, un sexólogo amigo mío aduce la tesis de que cuando en un matrimonio de ocho o diez años ambos cónyuges defienden en público a ultranza la bondad de sus relaciones sexuales, es que algo no va bien en la pareja. Al marido evasivo que rehúye la cama de matrimonio le tienta a menudo la necesidad de proclamar entre los amigos su fogosidad marital, del mismo modo que algunos criminales con mala conciencia se presentan en comisaría dispuestos a colaborar en el esclarecimiento de un crimen del que, por supuesto, se consideran inocentes. Gracias al creciente prestigio social de la sinceridad, los hombres somos ahora más honestos, así que de vez en cuando salta a la palestra el marido desprejuiciado y vanguardista que reconoce haber consumado su matrimonio acostándose con el hermano de la novia. Yo me casé dos veces y aunque nadie tuvo queja de mi conducta en cama, la verdad es que a mí, como soy inquieto, siempre me hizo ilusión consumar mi matrimonio y el de algún amigo.