Chatarra sin perros - José Luis Alvite
En un parque de Compostela hay una obra escultórica marrón que si no fuera porque asistí a su solemne inauguración oficial, pensaría que se le cayó allí de su carreta al jardinero. Yo no dudo de que el autor de esa pieza escultórica se haya devanado los sesos para expresar alguna idea en un tosco volumen geométrico rebozado con un montón de oxido, pero ni la gente se detiene a admirarla, ni los niños la golpean son sus pelotas, ni recuerdo tampoco haber visto que se posase en ella alguna vez un pájaro y tampoco mean en ella los perros. La mañana de su descubrimiento, un funcionario de la Policía Municipal miró de reojo al alcalde, pensando, supuse yo, en que a una leve indicación el regidor tendría que intervenir para retirar con ayuda de otros agentes aquel odioso obstáculo de la vista del público. En una de esas reacciones automáticas tan propias de la multitud dócil y protocolaria, el público prorrumpió en aplausos y concluido el acto oficial la escultura quedó donde estaba sin que alguien se atreviese a cubrirla discretamente con una sábana. Se trata de una obra voluminosa y muy pesada que aun nadie se ha atrevido a cargarla en un camión con objeto de malvendérsela como chatarra a algún perista que disponga de treinta euros para un despilfarro. Yo no sé si los compostelanos que se acercan a ese parque se sienten inspirados por la dichosa escultura, pero es seguro que las mamás temen que a los niños se les infecte cualquier herida con su óxido. El otro día salió el sol y una pareja de novios se sentó sobre el césped al lado de la escultura. Me dio la impresión de que ella extendía un periódico sobre la hierba por temor a que le manchase de óxido los pantalones la sombra de la escultura. Supuse que a la chica lo que le preocupaba no era que la escultura fuese indescifrable, sino que resultase corrosiva. Mientras caminaba hacia el coche pensé luego que aquella obra marrón recordaba mucho la chatarra que resultaba en la II Guerra Mundial al final de las grandes batallas de carros de combate. Pasaron casi veinte años sobre aquella escultura y es tan defectuosa que ni siquiera silba el viento en ella. Hoy he vuelto a reflexionar sobre cierta concepción del Arte y, como otras veces, he llegado a la decepcionante conclusión de que al enfrentarse con los metales, el escultor no ha conseguido con su discutible inspiración mejores resultados que la artillería con su implacable contundencia.