domingo, 8 de junio de 2014

Cadáver insomne - Jose Luis Alvite

Cadáver insomne - Jose Luis Alvite
No sé cual es el porcentaje de personas que viven de trabajar en aquello que les gusta; lo que si sé
es que yo soy una de esas personas. He tenido momentos de desencanto en los que reconozco haber estado a punto de arrojar la toalla, días aciagos en los que creí que no valdría la pena soportar la tensión constante de un trabajo en el que siempre tienes la sensación de haber llegado tarde incluso a donde ni siquiera tendrías que haber ido. Cuando yo empecé en esto, el periodismo era un oficio en el que la desgracia de perder la reputación incluso te costaba dinero. En una ocasión me encargaron un reportaje en un comedor de la beneficencia y mientras les hacía preguntas a todos aquellos desdichados me di cuenta de que cualquier de ellos llevaba en sus bolsillos más dinero que yo. ¿Qué clase de trabajo era aquel? ¿Cómo podía ser que no pudiese costearme un par de guantes con los que desentumecer las manos antes de sentarme a escribir? ¿Como pude soportar que el padre de mi primera novia indagase por toda la ciudad tratando de encontrar en mi vida algo que fuese menos miserable que mi trabajo de periodista? En una ocasión pensé que lo mejor sería que me largase a Madrid en tren y probase fortuna en la capital. No pudo ser porque por el dinero del que disponía tendría que apearme del tren con el convoy recién salido del andén. Yo leía cada día con entusiasmo las columnas de Pedro Rodríguez y de Fernando Onega en el diario “Pueblo” y me preguntaba si algún día yo podría ser uno de ellos y firmar en un periódico en el que al menos fuesen legibles las frases. Yo empecé en “El Correo Gallego” cuando el diario de Compostela se imprimía con arrugas y con la tinta tan corrida que con razón había quien pensaba que era un periódico para ofrecérselo como aliciente a gente que odiase la lectura. En una ocasión quise leer un texto mío y estaba todo tan oscuro en aquel ejemplar, tan confuso, que solo pude descifrarlo después de meter el periódico en lejía. Y sin embargo bendigo aquellos días aciagos porque fue así como me sobrepuse, aprendí gran parte de lo que ahora sé y olvidé aquellas cosas que me habrían impedido ejercer una profesión en la que ganaba el dinero que un hombre necesitaba para comer algo con peor aspecto que lo que vomitaban algunos mendigos. Cuando era reportero de sucesos y llevaba algún tiempo metido hasta el cuello en la mierda, un tipo me preguntó si no me daba miedo salir de madrugada a pie por las calles solitarias y meterme luego en antros en los que incluso era negra la luz de las bombillas. No le dije nada. Me pareció una pregunta innecesaria, una curiosidad retórica. También pensé que aquel tipo no me creería si le dijese que si no tenía miedo era porque los criminales no querían mancharse las manos con un tipo al que incluso miraban con cierta compasión los indigentes. Yo escribía como escribo ahora y nadie se fijaba, no porque despreciasen mi trabajo, sino porque mis textos eran auténticas manchas que en mi periódico se consideraban decentes pero que en cualquier gabardina habrían sido inaceptables. Por eso cuando Carlos Herrera dio conmigo en la contraportada de “Diario 16” y me llevó a su lado a Radio Nacional de España para una colaboración en la que, con altibajos, ya llevo desde 1999, y me preguntó donde diablos me había metido todos aquellos años anteriores, yo no tuve más remedio que reconocer que en realidad mi trabajo había sido como si durante treinta años escribiese mis textos con una goma de borrar. Ahora soy mayor y ya no voy a cambiar. Para bien o para mal, mi suerte está echada y me considero satisfecho de lo que he conseguido, entre otras razones, porque yo creo que el techo de un periodista ha de ser siempre el suelo. No puede decirse que me huelan a dinero los dedos, pero cada vez que pienso en mis comienzos me doy cuenta de que en aquellos tiempos habría sido feliz con la suerte de que al menos no se me manchasen de tinta las manos. Nunca soñé con un coche de lujo, ni pensaba comprarme una mansión si me fuesen las cosas bien. El dinero me motiva menos que la libertad. En realidad mi idea del lujo cuando empecé en esto era que al llegar a la edad que tengo ahora pudiese tener la certeza de que fuese al menos de mi propiedad el cadáver insomne en el que caerme muerto.(A Rocío González, por sus manos limpias)
jose.luis.alvite@telefonica.net



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