Gatos vacunos - José Luis Alvite
España es un maravilloso país casi sin humos, un territorio de sol y camareros, un espacio para el ocio que vivía en falso y ahora se nos viene abajo como aire con anemia. Fuimos sacrificando el ganado, los astilleros, la siderurgia, la pesca, porque era el precio a pagar por entrar en Europa. Hace muchos años un tipo que venía del País Vasco y coincidió conmigo en Compostela me dijo que su tierra estaba sucia y a simple vista parecía territorio hostil, pero que «apestaba a riqueza». Hablo de mi tierra porque es el caso que mejor conozco. En Galicia ha disminuido drásticamente la flota pesquera y los gatos se han ido apartando de la orilla del mar porque escasea el pescado y ahora comen casi lo mismo que las vacas. No es que las aves marinas se hayan retirado del litoral, pero ahora es muy probable que a los turistas que visitan Compostela les caguen las gaviotas que remontan los valles desde las rías para comer cacahuetes en las terrazas de los bares y robarles su merienda a los niños de los parques. El campo está a merced del abandono y donde no crece la desidia avanza con la lluvia la maleza y prospera en verano el fuego. A pesar de ser gallego el ministro de Fomento, se sospecha que no habrá Ave entre Galicia y La Meseta antes de seis años o siete años. A consecuencia de una vieja tradición de despropósitos, se ha gastado el dinero en tres aeropuertos que diversifican tanto la oferta que al fragmentarla la hacen estéril y sólo sirve para que mejore sus estadísticas el aeropuerto de Oporto. Es de dominio público que los gobiernos de la Xunta se suceden sin que nadie haga nada por detener tanta estupidez. Ni siquiera la opinión pública se moviliza, entre otras razones porque Galicia es España y en España ya sólo de vez en cuando salen a la calle los presos, antes de que por desgracia dejen de hacerlo también el pan y los periódicos. Es una suerte que todavía queden en este país símbolos con capacidad internacional de seducción. Es el caso de la Ruta Jacobea, que sobrevive a pesar del peligroso interés que en el Año Santo puso la Xunta en potenciarlo. Por tratarse de un fenómeno que viene casi desde la noche de los tiempos, el Camino de Santiago sigue siendo una formidable industria y un excelente negocio. Muchos gallegos se felicitan de que se trate de un fenómeno muy viejo, ajeno a las componendas de la modernidad. Yo opino como ellos. Incluso creo que si fuese por los políticos que tenemos, el Camino de Santiago no acabaría en Compostela, sino en Varsovia, en Dubrovnik o en Livorno. El Apóstol no está muy al tanto de lo que ocurre. Sus restos se dice que se custodian en la urna de plata depositada en la cripta de la catedral compostelana. De momento, el mito está a salvo, al menos mientras Europa no nos exija reducir las leyendas, el incienso y los santos.