Coche con manzanas - José Luis Alvite
Tengo por costumbre relacionarme con la gente a partir de ignorar sus creencias religiosas, su declaración de la renta y su ideología. Un comunista y un ultraderechista pueden disfrutar con las mismas emociones y llevarse una alegría al darse cuenta de que para ambos, como para un rico o para un pobre, es igual de agradable el vuelo de una gaviota, las pisadas de una mujer, el sabor de una manzana... Yo a la gente de derechas siempre le reproché que en sus reuniones no participase más activamente el chofer, y a los líderes más izquierdosos les manifesté a menudo mi malestar porque en sus manifestaciones callejeras no hubiese chicas menos furrieles y más guapas. La verdad es que yo siempre he sido más propenso a moverme entre gente de vida anárquica y simpaticé durante mucho tiempo con la izquierda más árida y revolucionaria, hasta que me di cuenta de que la ideología era un cosa que me llenaba interiormente pero no era exactamente lo que me pedía el cuerpo. Me fijé entonces en que las chicas eran más guapas cuanto más a la derecha estuviese su ideario político y alcanzaban el punto de máxima belleza cuando se desinteresaban completamente de cualquier ideología. A la chica guapa no es que no le preocupase el hambre en el mundo, pero no creía que una revolución pudiese esperar razonablemente de ella un esfuerzo superior al necesario para jugar al tenis en la finca de su padre cerca de la playa. A la chica guapa y rica le habían inculcado la idea de que la patria de los de su clase coincidía exactamente con sus intereses. Hasta que un día la chica guapa se fijó en el hijo del chofer y sintió algo nuevo, una blanda punzada de lascivia, el hormigueo del deseo en el membrillo del sexo, una sensación que no pertenecía a su educación, sino algo que los suyos consideraban casi un delito: el instinto. Tontearon a distancia evitando la vigilancia de sus familias e hicieron cada uno planes en secreto para intentar una redención en pareja que quedó en nada. El se casó con la hija de la cocinera y ella lo hizo con el único heredero del notario. Yo sé que todavía a veces se citan en secreto. Nadie me lo contó, pero lo sé porque el viejo automóvil de cuando se conocieron fue arrinconado en la cochera y nadie le encuentra explicación a que con tanta frecuencia tenga la tapicería arrugada y las ruedas bajas. Por el olor de la fruta alguien me dijo que supo que era en aquel coche donde el hijo del chófer comía a menudo las manzanas.